Era irónico que las grandes historias de mi vida comenzaran en una habitación y cama que no eran las mías.
Apoyé mi cabeza en el pecho de Alex, o eso pensaba hasta que mi cabeza cayó sobre la almohada, abrí los ojos observando la perfecta silueta de Alex dibujada en el colchón, pero no a él. Un ruido proveniente del lugar cerca de la puerta me alertó haciéndome guiar mi mirada hacia él.
-¿Alex? – nadie contestaba pero estaba segura de escuchar sus pasos, y eran exactamente los suyos, porque reconocía la suela de sus formales zapatos Martinelli y su rara manía de apoyar antes el talón al andar - ¿Alex? – repetí.
Me levanté de la cama caminando descalza por la habitación, justo cuando iba a pasar por mitad de la habitación Alex apareció interponiéndome el paso con una sonrisa fingida.
-Buenos días.
-¿Alex, estás bien? – le pregunté extrañada tras darme un beso rápido en la mejilla.
-Sí, perfectamente. Te iba a traer el desayuno antes de que te despertarás – mentía. La comisura de su labio se movía como su tic nervioso.
-Sobre lo de anoche... - empecé hablar sintiendo como mis palabras se atragantaban.
- Zaira, hablamos luego, te voy a traer el desayuno, hoy la comida esta de muerte – sonrió enfatizando la última palabra y apuntando con la mirada la mesa pequeña de noche, fruncí el ceño y caminé hasta ella, abrí el primer cajón encontrándome su pistola, me giré hacía él y negué con la cabeza rezando para que no fuera lo que se me estuviera pasando por la cabeza, volvió a sonreír.
Cogí la pistola escondiéndola debajo de mi camiseta, sintiendo el frío tambor de la pistola sobre mi vientre.
-Alex, un momento – dije cuando parecía que se iba a ir – Se te olvidaba esto.
Abrí los ojos empujando a Alex hasta hacerlo caer al suelo y disparé a la persona que había escondida tras la pared, para mi sorpresa él también apuntaba directamente con el gatillo apretado.
La habitación se silenció por el grito de una bala saliendo de su cañón.
El sonido de una, sin embargo, fueron dos las balas que salieron disparadas.
Una mía y una suya.
El cuerpo de la persona, un hombre deduciendo los rasgos de su cuerpo, cayó de rodillas hasta tumbarse en el suelo donde empezó a manar un charco de sangre envolviendo su pecho, sus ojos seguían abiertos tras la capucha y sus manos dejaron ir la pistola que sujetaba con tanta ansia y frivolidad haciendo un estruendo al chocar con el suelo de parqué.
-Zaira...
La voz de Alex sonaba cada vez más apagada y ausente. Se levantó del suelo con movimientos torpes consiguiendo que no me cayera hacia atrás. Me miró con empatía y culpabilidad poniendo su mano en mi vientre, presionando la hemorragia de la bala que había conseguido disparar el hombre como últimas palabras.
-Te vas a poner bien, me oyes, no cierres los ojos – mis parpados comenzaban a ganar peso, haciendo cerrar mis ojos, mis labios empezaban a secarse y mi pecho se inflaba con lentitud, sintiéndome en menos de veinticuatro horas, como si Alex no me hubiese rescatado de morir ahogada - ¡Zaira! ¡Maldita sea! ¡Joder! – me siguió aguantando con uno de sus brazos mientras con el otro sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil, marcó con sus manos temblando el número de emergencias y con voz ronca y agrietada llamó a la ambulancia, sus ojos eran esclavos de las lágrimas que finalmente acabaron por caer sobre la tinta roja que teñía mi pijama y vientre.
Antes de caer inmersa en el sueño, pensé en cupido, que sellaba el amor entre dos personas con flechas. Y a mí en cambio, me había tocado el dios mercenario del amor que había sellado mi amor con una bala, que con tanta mala puntería de acabar en mi pecho, inicialmente apuntaba al corazón.
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EL NIÑO DE MAMÁ
AcciónZaira tiene una vida monótona, que consiste en un mismo horario todos los días de la semana. Despertarse en una cama ajena al lado de un desconocido, huir con sus tacones en la mano, hacerle el desayuno a su hermano mientras él le explica inocenteme...