Salí del vestidor acomodándome el vestido de manera que le quitaba las arrugas, dejé mis zapatillas viejas de deporte a un lado del vestidor y esperé a que Alex también pensara en ello y trajera un calzado decente para la ocasión.
Nada más abrir la puerta observé en primer plano su espalda descubierta, si me hubieran dicho antes de conocer a Alex, que tenia aquella espalda y aquellos músculos tensados de forma perfecta, no le hubiese creído. Y es que Alex no tenía una constitución atlética, ni una espalda ancha, ni siquiera se mataba en un gimnasio, pero tenía ese algo que nadie sabe el que, pero hace que no puedas apartar la mirada, como justo en ese momento en el cual Alex se quitaba la camiseta por encima de la cabeza haciendo tensar sus músculos como si se tratará del actor más sexy de Hollywood.
¿Por qué ahora se la quita por encima si antes se ha demorado tanto en desabrocharla en el ring?
No entendía a este hombre.
Tosí para que se diera cuenta de mi presencia ya que la situación de parecer que le estaba acosando no me gustaba, se giró mostrándome su torso desnudo, le era indiferente, cogió de la maleta una camiseta blanca sin manchas de sudor ni arrugas y se la fue abotonando lentamente, al cabo de los segundos me echó una mirada fugaz donde recorrió todo mi vestido dibujándole una sonrisa casi desapercibida.
-Te queda bien – movió su cabeza indicándome los zapatos que me pondría, estaban en el sillón, eran unos tacones de aguja plateados de unos quince centímetros, y aunque estuviera acostumbrada a llevarlos tan altos, que el tacón fuera tan ligero me hizo dudar de mi torpeza, pero aún así me los puse sin rechistar.
-Gracias.
Se giró espaldas a mí y recogió la americana gris tendida en la cama, no se molestó en ponerse una corbata o pajarita, ni siquiera en abrocharse algún botón. Así mismo estaba inmejorable, y por su rostro él mismo lo sabía.
-¿Vamos? – dijo tendiéndome su brazo a la vez que sonreía seguro de sí mismo. Le sonreí de vuelta y le tomé el brazo adoptando la misma postura que él.
Al final nuestro vuelo había aterrizado en Madrid a las dos y media por lo que nos habíamos demorado en coger otro vuelo a Barcelona y llegar finalmente contando el trayecto de la limusina a las ocho y media, algo que no cabía en los planes de Alex, íbamos justos de tiempo, pensábamos ganar terreno con Donald en la hora de la merienda donde disputarían en una serie de actividades en el casino, pero esto nos había hecho tener el tiempo en nuestra contra y deberíamos actuar con naturalidad para acercarnos a él lo máximo posible como para en una cena caerle lo suficientemente bien para ser invitados en la presentación de su proyecto que se disputaría en su casa, más bien lujosa mansión.
-¿Dónde nos conocimos? – me preguntó sorprendiéndome, estaba abrochando su reloj de aspecto bastante caro, más caro que mi piso y mi educación juntos, era oscuro, seguramente de piel de cuero, con los extremos de las manecillas adornados de pequeños diamantes incrustados de igual forma que en su bisel.
-¿Hum? – murmuré en forma de pregunta, me acomodé el cabello. En las horas que habíamos estado esperando a nuevos billetes y nuevo avión en Madrid me había dado tiempo a plancharme el pelo, orden de Alex quien decía que "su esposa" debía estar a la altura de aquellas señoras narcisistas que nos encontraríamos en pocos segundos. No fui nunca fan de las máquinas para el pelo y mi falta de experiencia fusionada con mi torpeza dio origen a la quemadura de lo alto de mi frente, la acaricié y puse una cara de dolor indisimulada que Alex notó enseguida.
-Tu papel. – dijo refiriéndose a mi alter ego, Priya Montgomery, me observó por bastante tiempo intimidándome hasta que decidió hablar – Aparta – me ordenó con tono violento, me sobresalté y noté como apartaba mi mano con poca delicadeza, me tomó del rostro y apartó mis mechones por detrás de la oreja inspeccionando donde me había quemado y hecho una pequeña herida – Hay que ser torpe en la vida... - murmuró para si mismo intentando ocultar una sonrisa que no pasó desapercibida para mis ojos, notaba su aliento y tuve que contenerme para no acabar con aquellos pocos centímetros – En cuanto lleguemos a la habitación de nuevo ordenaré que traigan hielo así se te calmará la inflamación, de momento... - hizo énfasis acomodándome el pelo de forma que los mechones tapaban aquel trozo, sus manos quedaron clavadas a ambos lados de mi rostro por segundos y negó con la cabeza – Tu papel – repitió volviendo al tema principal.
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EL NIÑO DE MAMÁ
ActionZaira tiene una vida monótona, que consiste en un mismo horario todos los días de la semana. Despertarse en una cama ajena al lado de un desconocido, huir con sus tacones en la mano, hacerle el desayuno a su hermano mientras él le explica inocenteme...