Estaba acurrucada en los brazos de Jon, no era algo habitual en mí, y estaba empezando a pensar que en Jon tampoco por la manera que se movía incómodamente, levanté un poco mi cabeza de su regazo chocando con su mirada, dedicándome una sonrisa de lado y un brillo de ojos.
No estaba acostumbrada a sonrisas como aquellas, ni a que unos ojos que no fueran los de mi hermano brillarán tanto, a lo que desgraciadamente si estaba acostumbrada era a las miradas descaradas, lujuriosas y asquerosas, a las sonrisas con la boca medio abierta haciendo caer medio litro de saliva, a mordidas de labio de señores casados o de jóvenes que creían que era suyo el mundo. Y dolía darme cuenta ahora de eso. Que estaba acostumbrada a la mala cara de todo, y que hasta ahora, nadie que no fuera Elliot había reparado en ello.
-¿Qué te pasa pequeñaja? – Jon acarició mi pelo con delicadeza y como si fuera un gato cerré mis ojos acurrucándome más en él.
-No estoy acostumbrada a esto – admití – a muestras de cariño y esas cosas...
-¿De verdad? – sonrió mostrando sus dientes en una sonrisa sincera haciéndome darme cuenta que seguramente era la sonrisa más bonita que había visto – Eso lo tengo que cambiar.
Se acercó a mi lentamente con una sonrisa de medio lado mojándose los labios. Y yo me iba tirando hacia atrás lenta y disimuladamente. Recordaba el tacto de sus labios, carnosos y seductores, recordaba perfectamente todos los besos que nos habíamos dado aquella primera noche, juguetones, traviesos, apasionados... Pero algo me había hecho darme cuenta que odiaba aquellos besos fáciles, que prefería socorrer a otros labios, aunque supiera que no estaban a mi alcance, a unos suaves y tímidos, con los que tuve el beso más rápido, falso y bonito de mi vida.
Me asusté de mi misma al tener aquellos pensamientos. No era muy fanática de los cambios y menos de los problemas, y aquel cambio en mí comportaría muchos problemas.
-¿Zai dónde están los fideos de microondas? – me llamó mi hermano desde la cocina salvándome de una situación incómoda.
Puse mi dedo entre los labios de Jon haciéndole parar y callar, lo intenté decorar con una de mis sonrisas más sinceras disculpándome para ir ayudar a mi hermano. Me levanté y fui hasta la cocina con un Jon mirándome embobadamente como un idiota enamorado.
-¿Es tu novio? – preguntó intrigado mi hermano, el sobre estaba en el último cajón del estante de arriba y aunque nunca me había quejado de mi altura, ni un jugador medianamente alto podría llegar hasta ahí. Rodé los ojos y cogí una silla, una de las patas estaba un poco suelta pero no le di mucha importancia.
-Tsss – dije como respuesta subiéndome a la silla – Ya quisiera él. – Miré con una amplia sonrisa a Elliot que imitaba mi sonrisa, teníamos aquella complicidad (y maldad) que entre hermanos entendíamos. Le extendí el sobre de fideos y cuando iba a cerrar el armario la silla se tambaleó haciéndome caer hacia atrás.
Pero nunca llegué a caer.
Los brazos de Jon me cogían como una princesa de cuento de hadas sonriéndome socarronamente y complacido de salvar a su "damisela en peligro", le sonreí incomoda.
-Bájame – le espeté al ver que disfrutaba teniéndome a su merced.
-Podría llevarte así a la cama.
-Me voy... - rodó dramáticamente los ojos - Suerte en la vida hermana. – Dijo Elliot dándose media vuelta y alzando las cejas.
-¡vuelve inmediatamente jovencito! – le grité pero él solo me contestó con una sacudida de mano restándole importancia a mis palabras.
Sucio traidor.
Giré mi mirada de la puerta donde se había escabullido el que consideraba mi hermano y posé mi mejor mirada y sonrisa inocente en Jon.
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EL NIÑO DE MAMÁ
AcciónZaira tiene una vida monótona, que consiste en un mismo horario todos los días de la semana. Despertarse en una cama ajena al lado de un desconocido, huir con sus tacones en la mano, hacerle el desayuno a su hermano mientras él le explica inocenteme...