Aquel penúltimo año fue el mejor de mi vida, pero como bien dice y te enseña la vida, nada es perfecto ni gratis y siempre hay un momento en el que debe joderse todo, aunque ello llegará después. Paseaba los pasillos siempre aferrada a mis libros, ansiosa por llegar a mi taquilla, solitaria desde que mi madre había muerto, cargando en los hombros todos los rumores sobre mi depresión, mi voto de silencio o del bajón que nunca me levanté. Recuerdo aún la sonrisa traviesa de Grant Preysler que mi inocencia no llegaba a ver, se apoyó en la taquilla de lado mostrándome su perfecta dentadura blanca y aquellos ojos azules tan intensos que me analizaban de arriba abajo sin límites, me sentí incomoda y me ajusté mis gafas de apenas una dioptría notando mis mofletes arder.
-Hola Austin – dijo con aquel tono tan seductor que empleaba.
-Preysler... - mi mirada estaba puesta en el suelo, precisando en sus zapatos sin valor para mirarle a los ojos, el timbre sonó y levanté mi mirada asesinándolo con la mirada aunque en el fondo agradeciera aquel molesto ruido. Avancé unos pasos esquivándolo y me agarró del brazo ladeando su cabeza, me atrajo hacía él y echando la cabeza para atrás repentinamente sorprendida.
-¿Qué pasa Austin? ¿Eres tan buena chica que no puedes perderte una clase por este chico malo? – empleó su táctica infalible, aquella a la que todas las chicas no podían haberse negado, entrecerró sus ojos mordiéndose el labio.
-¿Qué quieres? – pregunté temblorosa, sus manos bajaron a mi cintura y sentí como un calor nuevo inundaba mi cuerpo.
-Pasar un buen rato ¿Te apuntas?
Y malditamente si lo hice. En la parte trasera del colegio me consiguió convencer de darle unas primeras caladas a su cigarrillo, adicionándome rápidamente al sabor de la nicotina, la primera vez recuerdo que me tragué el humo y sentí mi garganta sucia y ardiendo, provocando su risa.
-Vamos preciosa, no me digas que no sabes ni siquiera fumar... - rió ladeando a un lado y otro la cabeza, aspiró humo y se acercó a mis labios a una suficiente distancia para pasarme el humo, luego entrecortadamente lo exhalé.
Sonrió orgulloso y recuerdo la enorme felicidad que sentí en aquel momento al pensar que me había llamado preciosa, mis manos iban entrelazadas entre sí sin la suficiente confianza para separarse.
A partir de aquel día vinieron muchos más y peores, Grant me había convencido para ir a todas las fiestas, beber hasta acabar por arrastrarme por el suelo haciendo el ridículo, drogándome de nicotina y peores cosas que mi cuerpo prefiere no recordar. Pero lo peor que pudo hacerme fue conseguir enamorarme, aquellos ojos azules me hipnotizaban y con solo morderse el labio podía hacer que mis piernas lo siguieran a todas partes.
Y llegó el 4 de Julio, donde los fuegos artificiales eran los protagonistas del cielo, y palabras textuales de Grant "Yo era lo que más brillaba en ese preciso momento". Así consiguió llevarme hasta su coche y ahí quitarme mi preciada virginidad que ahora encuentro demasiado lejana.
Nunca había tenido la virginidad como un trofeo que no debe darse al primero, pero si sabía que debía ser especial, y fue especial, especialmente maldita, ya que después de eso, todo se jodió.
Recuerdo lo nerviosa que me sentía el primer día de instituto después de aquel verano en el cuál el último mes lo pasé alejada de él porque se había tenido que ir de viaje con sus padres, lo echaba de menos, y ahora me siento estúpida por hacerlo.
Llegué con una sonrisa de oreja a oreja deseando encontrarme con él, tras atravesar la puerta la gente me abrió paso pegándose a la pared y escrutándome con la mirada, varias con asco otras con compasión, mi sonrisa fue desvaneciéndose al dar contacto con algunas, llegué a mi taquilla y miré ambos lados sin encontrarle. Corrí hacía la parte trasera y el mundo se me vino a los pies, Grant estaba besándose con otra chica, más atractiva que yo (o eso consideraba en aquel momento) sus tacones la alzaban a la altura de él y marcaban su culo ceñido al tejano, su camiseta dejaba sin imaginación a cualquiera y sus labios estaban hinchados, su cuello marcado de pintalabios en forma de besos y ninguno de los dos reparó en mi presencia.
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EL NIÑO DE MAMÁ
ActionZaira tiene una vida monótona, que consiste en un mismo horario todos los días de la semana. Despertarse en una cama ajena al lado de un desconocido, huir con sus tacones en la mano, hacerle el desayuno a su hermano mientras él le explica inocenteme...