Un pasado similar

319 37 10
                                    

Al final Mia se puso de nuevo la camiseta y se sentó de modo que quedase frente a Rubén, quien, todo sea dicho, la observaba sin perder detalle. Sus gestos, cada ademán, cada mueca... todo lo encontraba atrayente y a la vez desconcertante.

Mientras hablaba, intentó averiguar qué era lo que causaba ese efecto en él. ¿Quizás su físico? ¿Qué era bonita? No. Jimenez le había mandado pacientes muy atractivas y le dio completamente igual torturarlas hasta la muerte. ¿Tal vez su forma de ser? ¿El hecho de que lo tratase de forma distinta? Fuese lo que fuese, debía averiguarlo.

 -Pasó hace mucho tiempo, cuando tenía catorce años.

-¿Tus padres te pegaban?- Divagó.

-¿Qué? No. Ellos eran geniales.- Se apresuró a aclarar.- De hecho, de haber estado conmigo no me habría sucedido nada, pero murieron y tuve que mudarme a Rusia con mi abuela. ¿Has estado alguna vez en Moscú? Hace un frío de mil demonios.

Recordar la temperatura del país durante los meses de invierno hizo que la morena se estremeciese. Se sobó los brazos y continuó con la historia:

 -Poco después de llegar e instalarme, conocí a un chico. Cada tarde pasaba por el mismo lugar, bueno... pasábamos, así que acabamos hablando. Era militar, rubio y tenía unos ojos verdes capaces de transmitirte la más bella de las sensaciones.

Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, al pianista no le agradó que la joven halagase a otro hombre.

-Ya. Muy bien. ¿Podrías ir al grano? No me interesan los detalles.

-La cuestión es que terminó volviéndose una rutina vernos y empezamos a salir a escondidas. Después de todo, aunque Connor tenía diecinueve años, yo todavía era menor. - La mirada de la muchacha se perdió en un punto concreto de la pared.- Sabíamos que podía meterse en un problema grave si sus superiores descubrían nuestra relación.

 -¿Y?

-Con el paso del tiempo me di cuenta de que cada vez venía a buscarme más temprano o se quedaba más horas, y terminó confesándome que el ejercito lo estaba delegando a puestos menores porque tenía problemas de salud. De corazón...

El Victoriano se incorporó, reclinándose hacia delante para prestar más atención.

-¿Cómo tú?

Mia guardó silencio y esbozó una sonrisa llena de tristeza. Se tomó un par de segundos en contestar, mirándole con cierta melancolía.

-Un día me enteré de que lo habían hospitalizado y necesitaba con urgencia un trasplante de ventrículo. Le había fallado la válvula mitral, que es la que se encarga de que la sangre corra de la aurícula al ventrículo, y se le había gangrenado esa parte del corazón. Si no conseguía un donante, la solución que daban los médicos era modificar toda la estructura del órgano, y aun con la cirugía, la esperanza de vida que le quedaba era de apenas unas semanas.- La de ojos ambarinos se abrazó a si misma, pasando los brazos por su vientre.- Y yo estaba lo bastante enamorada como para querer morir si le perdía... Encima sabía que teníamos el mismo tipo de sangre y que las probabilidades de que aceptara mi trasplante eran muy altas.

 -¿Le diste medio corazón?

-Es una forma de decirlo.

La habitación se quedó helada y los dos callaron. El vendado frunció el ceño, barajando sus propias hipótesis. Sin duda era un sacrificio enorme para una pequeña de catorce años, sin embargo no terminaba de entender que tenía que ver esa anécdota con las cicatrices que cargaba a la espalda. De tal manera se lo expresó.

 -Cuando se recuperó... fue extraño. Se recluyó en su casa hasta el punto de no querer ver a nadie, ni siquiera a mi. Tardó casi un mes en llamarme, pero lo hizo y concretamos que nos reencontraríamos cerca de una antigua fábrica abandonada. Allí no correriamos peligro de que nos descubriesen y podríamos hablar largo y tendido. Supongo que estaba ciega y tenía tantas ganas de que estuviésemos juntos que no me olí que algo marchaba mal.

Rubén sintió un sudor frío recorrerle la columna vertebral. Su mente se estaba adelantando a los acontecimientos.

-Fue cómo si mi ventrículo lo hubiese podrido por dentro... Me tomó desprevenida y me encerró en un sótano. No sé cuanto tiempo estuve ahí, solo que cada segundo que pasaba creí que sería el último.

-Lo hizo Connor.- Sentenció el chico y apretó la mandíbula.

-Si...- La voz de la morena se quebró justo después. Se tapó la cara con las manos y asintió con la cabeza, incapaz de continuar.

-Te secuestró... Y te torturó.

-Jamas... Jamás aprendí a temer una sonrisa tanto como la suya. Jamás...- Rememorar esa época no ayudó a que la pelinegra se tranquilizase. En algún momento su cuerpo había empezado a temblar y ahora que se había sincerado, ahora que revivía los golpes y el dolor, casi podía notar que le ardía cada marca.- Maldigo mi inocencia y lo maldigo a él. Sus manos eran cristales rotos.

Ansiosa de repente, la muchacha se puso en pie y tomó el botiquín de primeros auxilios.

-Da igual. Hace ya diez años de eso.- Se restregó los ojos e intentó volver al presente. Centrarse en lo que estaban haciendo antes de sacar el tema.- ¿Necesitarás ayuda o te quitarás las vendas solo? Puedo echarte una mano. Entre los dos te pondremos las nuevas mucho más rápido.

Un tanto desorientado por conocer el secreto de su compañera,  el pianista se incorporó también. Aunque no dijo nada, agarró el paquete de gasas que le tendió y cambió el peso de una pierna a otra.

-¿Entonces?- Lo apremió ella.

- Creo que no hará falta. En realidad te he dicho que estoy bien.- Empleó su tono más suave, no obstante Mia se enfadó.

 -¿Cómo? Quedamos que si te contaba qué me había pasado, tú te cambiarías los vendajes.

-No dijimos nada de eso.- Y le quiso devolver la bolsa.

La joven lo apartó de un manotazo, perdiendo la compostura.

-¡No me jodas! Sabes perfectamente que esa era la condición.

-Disculpa.- Pidió perdón, y fue sincero. No había atisbo de ironía en su voz.- Lo habrás malinterpretado.

De un momento para otro Mia se le abalanzó tal y como había hecho cuando lo abofeteó. En esta ocasión lo empujó y chilló:

-¿¡Crees que me importa una mierda el aspecto que tengas!?- El Victoriano intentó quitársela de encima sin necesidad de hacerla daño, pero en cuanto vio que el cabreo le proporcionaba una fuerza sobrehumana, se zarandeó con más brío.

-¡Para, mujer!- Exclamó al sentir las manos de la contraria tirar de sus vendajes. Justo después levantó el brazo para apartarla, no calculando del todo el impulso. Su puño se estrelló contra la boca de la joven, que soltó un gemido y se alejó.- Lo siento...- Susurró, pero ya era demasiado tarde.

La muchacha se tocó los labios, notando la calidez de su propia sangre manar. Le clavó una mirada llena de resentimiento y retomó el ataque.  Rubén sintió como las uñas de la chica se hundían en la carne de su mejilla. Acto seguido tiró de las vendas y estas cedieron con un ruido horripilante.

 -¡No!- Quiso detenerla, evitar que dejase sus quemaduras al descubierto, más no encontró el valor necesario. Temía golpearla por accidente y prefirió pasarlo mal él antes que volver a hacerla daño.

Ella, cabreada hasta extremos insospechados, le arrebató las gasas y lo dejó al descubierto. Incluso le abrió la camisa y expuso lo que con tanto empeño había ocultado: Los retazos de su cuerpo, ahora desfigurado.

 -¿¡Esto es lo que te preocupaba!?- Preguntó o más bien ladró.

El músico no la miró. No hubiese sido capaz.

-¡Dime! ¿Es esto?- Esta vez no esperó que le respondiera. Se adelantó y aprovechó que no la veía para rodearle la cintura con los brazos y besar su pecho, justo por encima de un pectoral. De nuevo Rubén se tensó por acto reflejo. Aquello no era agarrarle de la mano ni abrazarle... era mucho más.

-Nunca te perdonaré lo que has hecho hoy.- Farfulló el pianista entre dientes y correspondió, deslizando sus brazos entorno a sus hombros. La atrajo hacia si y escondió el rostro en su cabello.

-Yo no te perdonaré que me hayas partido la boca, que es peor.


No te metas conmigo [Ruvik - The Evil Within]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora