Solo por esta vez

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Una vez el Guardián y la muchacha rompieron el abrazo, separándose, quedó pactado entre los dos el juramento de permanecer siempre juntos, o al menos el tiempo que pudiesen. Ambos sabían ya que en Krimson sucedía de todo en el momento en que uno menos lo esperaba.

El hombre se arrodilló frente a Mia y valoró la herida que se había hecho en el tobillo, palpándola e intentando que flexionase el pie para dilucidar si se había roto un hueso. Por lo pronto solo parecía un desgarro muscular, pero no por ello había que dejarlo sin atender. Estaba hinchado y se había tornado de un color violaceo.

-Esas manos me atraparon muy fuerte...- Dijo a modo de disculpa la cantante, y es que no estaba en condiciones de caminar durante mucho tiempo. Él, sin embargo, negó con la cabeza. Se agachó y extendió los brazos en su dirección, haciéndola saber que la cargaría. Que no permitiría que se forzase.

La azabache asintió, sintiendo que se le empañaba la vista. Luego dejó que la levantase, encogiéndose en si misma para intentar molestar lo menos posible. ¿Quién lo iría a decir, no es cierto? El haberse detenido en la iglesia a agarrar un cachivache roto le había salvado la vida. El destino era caprichoso a veces, caprichoso y enigmático. Nunca sabía que le podía pasar al día siguiente.

Regresando al presente, al final la violinista decidió no volver a por Sebastian. Iba a hacerlo, por supuesto, pero entonces notó un sudor frío recorrerle el cuerpo y de alguna manera supo que no sería una buena idea. Que el policía y su protector no se llevarían en absoluto.

Solo podía seguir adelante.

Dada cualquier otra circunstancia, Ruvik no se habría planteado siquiera la disyuntiva

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Dada cualquier otra circunstancia, Ruvik no se habría planteado siquiera la disyuntiva. Hubiera matado a cualquiera que osase intervenir en sus planes, ayudando a la morena, más la criatura que lo hizo era su favorita: La caja fuerte.

¿Cómo iba a acabar con su mejor esclavo si era el único que velaba porque nadie, jamás, robase de nuevo su investigación? El que le quitaba de en medio cualquier estorbo... menos a ese maldito detective.

Muy bien. Aunque Mia se había salido con la suya, no lo haría siempre, y ahí estaría él para recordárselo. Para hacerle saber que la estaba vigilando y que haría lo que le apeteciera tanto con su mente como con su cuerpo. Era suya... y de nadie más. Su juguete, su muñeca. Su chica... Y que ningún malnacido se atreviese a sacársela porque lo pagaría caro.

En una ocasión, el Guardián se detuvo a desactivar una de sus propias trampas

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En una ocasión, el Guardián se detuvo a desactivar una de sus propias trampas. Cuando la puso no se le pasó por la cabeza que volvería atrás, asi que no le quedó más remedio que parar y quitarla.

A la vista de que el lugar estaba despejado, a la de ojos ambarinos se le ocurrió que, tal vez, podría intentar probar el apoyar el pie malo para ver cómo reaccionaba su tobillo. ¿La verdad? No ganaba para disgustos. Primero el corte y luego aquello.

Apenas tuvo que cojear un par de metros, entrar en una de las habitaciones del hotel y vislumbrar el precioso cuarto de baño para que la fatiga se cerniera sobre ella cual losa. Mira que había pasado por situaciones que jamás le desearía a nadie, meses de estadía en hospitales y millones de sesiones de terapias y nunca, en toda su vida, se había sentido tan cansada como aquella vez. Le dolía todo el cuerpo y de tal manera, además, que llegó a creer que no despertaría de nuevo si llegase a dormirse.

Con cuidado, se sentó en la taza del wáter y hundió el rostro entre sus manos. ¿Qué iba a hacer? Empezaba a ser consciente de que se había convertido en un lastre. Un estorbo incluso peor del que ya era a causa de los problemas de corazón.

"Voy a morir aquí." Afirmó y luego levantó la vista para mirar a su nuevo compañero. "Pero eso no es lo primordial. Lo que importa es que también lo voy a matar a él..."

Y era cierto. Por tenaz e independiente que fuera el Guardián, no siempre iba a poder protejerlos a los dos. LLegaría el momento en que, por cuidarla, no podría defenderse y lo asesinarían.

La muchacha se estremeció, abrazándose a si misma. Justo después el hombre llamó su atención poniéndole la mano sobre la espalda. Un gesto que, aunque pretendió animarla, solo consiguió lo contrario.

 -Escucha...- Intentó comenzar la joven, pero se quedó sin palabras.

"Sigue tu camino."

"No te preocupes por mi"

"Estoy condenada."

No pudo decir nada de lo que quiso. En cuanto la caja fuerte se quedó contemplándola con interés, un interés puro, sincero y franco, se bloqueó. No fue capaz de pedirle que siguiese adelante porque no quería que creyera que le daba miedo. Sacudió la cabeza e intentó arreglarlo inventando una excusa a toda prisa.

"Rápido, piensa. ¡Piensa!"

-Es que... quería bañarme. ¿Me esperarás?

Obtuvo un asentimiento antes de que la criatura saliese y cerrase la puerta a sus espaldas, ofreciéndole un poco de intimidad.

Mia se golpeó la frente con la mano. ¡Genial! ¿Se podía parecer más estúpida y más superficial? Odiaba cuando tenía que mentir porque no decía más que tonterías. Era incapaz de idear pretextos lo suficientemente convincentes.

En fin. Visto lo visto ya no le quedaba otra opción. Debía continuar y tampoco le vendría mal. De hecho, cuando se puso en pie y se asomó al espejo, este le devolvió una imagen de si misma pálida y ojerosa. Tenía todo el pelo enmarañado, una de las mejillas raspadas por la caída que había sufrido al huir del encapuchado y, dicho sea de paso, la ropa sucia y pegada al cuerpo a causa del sudor. No. No le vendría nada mal adecentarse un poco.

La violinista se desnudó y se metió en la ducha. Las tuberías debían estar medio rotas porque el agua salió a borbotones antes de estabilizarse un poco.

"Han pasado tantas cosas... Y no he logrado encontrar a Rubén. Todavía no puedo creer que me desmayase." Pensó a medida que las gotas calaban en su cabello, rodando por la parte baja de su cintura.

Incluso en la situación en la que estaba, no podía evitar acordarse del pianista. De sus insufribles cambios de humor, de sus vendas y de lo bien que habían sabido sus besos... De aquellas caricias. De su torpeza a la hora de tocarla pero, a la vez, la ternura y la necesidad con la que lo hacía.

Pegó la frente a los baldosines de la pared, cerrando los ojos y evocando en su mente su imagen.

-¿Dónde estás...? Susurró.

Lo que no esperó es que la respondiesen.

-¿Quién?- Dijo una voz grave a sus espaldas y, de inmediato, la morena sintió que alguien estampaba la mano al lado de su cara.- ¿Dónde está quién?- Repitió y la dejó atrapada entre los azulejos y él.

-¡Ruv...!- Iba a gitar su nombre, sin embargo el cientifico le tapó la boca con la mano antes de que pudiese acabar.







No te metas conmigo [Ruvik - The Evil Within]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora