Tus caricias

389 39 3
                                    

 -¿Te duele?- Preguntó Mia en un susurro, acariciando el dorso de la mano de Rubén con el pulgar.

Él negó con la cabeza.

 -Las quemaduras de tercer grado destruyen nervios además de piel. Ni siquiera me dolía entonces, y hace ya ocho años que pasó.

 -¿Ocho años?- Repitió un tanto estupefacta.- ¿Y por qué sigues vendado de arriba a abajo? Pensé que lo del incendio había pasado hace poco.

 -No. Si sigo llevándolas es porque mi cuerpo ya no es capaz de regular la temperatura por si mismo.- Le explicó. Calló durante unos segundos y después añadió en un murmuro: Y porque no soportaba ver mi reflejo.

A pesar de que la morena intentó morderse la lengua, no pudo evitar meter las narices donde no la llamaban. Aquella era la primera vez que el Victoriano hablaba de si mismo y de sus sentimientos, y estaba ansiosa por saber más. Quería conocerle, entenderle y, si era posible, aceptarle, pero claro, para eso antes tenían que sincerarse el uno con el otro.

 -¿Por eso estás siempre solo? ¿Por qué te averguenzas de ti mismo?

El pianista esbozó una sonrisa vacía, carente de emociones.

 -¿Tú no lo estarías? -Dado que tardó en contestar, Rubén interpretó su silencio como una afirmación.- ¿Lo ves?

 -No.- Sin embargo ella se apresuró a rebatirlo.- No creo que debas sentir vergüenza de nada. Es decir, sufriste un accidente. No fue culpa tuya que pasara lo que pasó.

-Eso no importa, Mia.- La nombró por primera vez.- Lo único que cuenta es que acabé desfigurado y estaba harto de que las personas me mirasen con lastima o con asco. ¿Pero sabes que fue lo peor? Que sabía que estaban en lo correcto porque ni yo mismo era capaz de verme sin querer vomitar.

-No digas eso...

-¿El qué? ¿Qué me doy nauseas? ¿Que desearía no haber nacido nunca si hubiese sabido que terminaría así?

En vez de decir nada, la muchacha se aferró con más fuerza a su brazo. Sintió que la mano del chico, la misma que continuaba sujetando, la apretaba y vio como sus nudillos se tornaban más blancos de lo que ya eran.

¿Nadie se había percatado del gran sufrimiento que albergaba? Porque era arrollador, del tipo de carga que ni el más fuerte de los hombres podría llevar durante mucho tiempo sobre sus hombros. El dolor que el vendado portaba resultaba inmenso. Inmenso y desgarrador. Quizás por ello la única manera que tuvo de protegerse del mundo había sido encerrarse en la mansión.

"Ahora entiendo porqué se asustó el día en que lo conocí. Quizás llevaba semanas, meses o incluso años sin ver a otra persona, mucho menos tenerla dentro de su casa. Encima a mi no se me ocurrió otra cosa que agarrar y espiarlo."

Cuando levantó la vista pudo comprobar que el músico había girado el cuello de tal manera que no conseguía verle apenas el rostro. La luz del cuarto era tan tenue que dejaba buena parte de su cara en sombras.

-Sabes que lo siento mucho y si no, no pierdo nada repitiéndotelo.- Intentó comenzar la chica, escogiendo con cuidado sus palabras para no ofenderle.- Personalmente no creo ni me gusta que te sientas de esa manera y... ... ¿Hola? Te estoy hablando. ¿Puedes por favor mirarme a los ojos?

Pero no lo hizo y Mia se vió obligada a levantar el brazo y tomarlo del mentón. Se echó un poco hacia delante, pues se habían sentado uno junto al otro, y mientras le empujaba con mucho cuidado en su dirección, le acarició la nuca con la mano que le quedaba libre.

 -¿Qué estás haciendo?- Murmuró él y tensó la mandíbula. De hecho, todo su cuerpo estaba agarrotado.

-Tocarte.- Dijo sin más, sin miedo.- Y no me desagrada en absoluto.

-No sabes lo que dices.- El joven se la apartó, clavando sobre ella una mirada de lo más intimidante.- No me conoces. No tienes ni idea de quién soy.

-Bueno... tú tampoco.- Contraatacó, encogiéndose de hombros.- ¿Y qué? ¿Acaso importa? Nunca nadie llega a conocer a un solo ser humano al cien por cien. La mente es un pozo de secretos.

Que hiciera alusión a lo que la gente escondía en su cabeza, en su cerebro, hizo que el Victoriano se relajase. Después de todo aquel era su propósito. La investigación de su vida giraba en torno a ese tema.

 -Dime una cosa.- Le pidió.- ¿Eres capaz de imaginar un método, experimento o terapia cognitiva capaz de conectar mentalidades? Poder compartirlo todo a nivel electroquímico. Emociones, recuerdos, percepción... Lo que se te ocurra.

-Quizás... ¿Por qué?

-¿Lo aceptarías?

-Supongo que dependería de los riesgos. Jamás he oído hablar de algo semejante así que, al ser un campo sin precedentes, no colaboraría hasta estar segura de que no me voy a quedar medio tonta... osea, más de lo que ya soy.

Rubén giró la testa para contemplarla.

-Opino que no eres estúpida, solo un tanto inconsciente.

-Esa es una bonita manera de afirmar que mis conocimientos no están a tu altura.- Sonrió la morena y se puso en pie.- Por cierto ¿Qué te parece si comprobamos tu cociente intelectual? Pregunta lógica: ¿Qué hay en un hospital que no encuentras en muchos sitios?

-¿Podrías ser un poco más específica?

Mia imitó un ruido de error antes de proseguir:

 -Respuesta incorrecta.

Se alejó un poco y descolgó de la pared un enorme botiquín blanco. Lo trajo consigo y se sentó de nuevo a su lado, arrodillándose. Poco y nada tardó en abrirlo y menos en sacar de su interior un puñado de gasas estériles y vendajes nuevos.

 -¡Esto!

-Espero que sean para cambiarte la venda del pie.

-Mi pie está perfecto, son para ti.- Le tendió unos paquetes.- Tienes los vendajes negros, sucísimos. No puedes andar así cuando tienes el cuerpo en carne viva.

-Dejalo. Estoy bien.

Visto que el muchacho no pondría ni un poco de su parte, la de ojos ambarinos alzó un suspiro y gateó hasta colocarse más o menos delante de él.

 -Te enseñaré algo...-Tragó saliva, miró en derredor y se levantó la camiseta poco a poco.

Aunque el chico apartó la vista de inmediato, no consiguió refrenar el deseo de echar un vistazo. Para cuando lo hizo, su acompañante estaba a punto de quitarse la ropa, pero se frenó y se giró. Rubén observó sus senos y la forma de su abdomen antes de perderse en la infinidad de cicatrices que la pelinegra tenía a lo largo de la espalda.

-Te dije...- Susurró.- Que no eras el único que lo ha pasado mal. Tampoco el único que se averguenza de su cuerpo.

-Son marcas profundas.-Dilucidó y estiró la mano para delinear algunas de ellas con la yema de los dedos.

Mia se aovilló, abrazándose las rodillas a tiempo que sentía la caricia. Notó que se entretuvo un momento y luego bajó, perfilando la linea de su columna.

-¿Te cambiarás las vendas?- Cuestionó.

-¿Me dirás qué te pasó?

Y asintió.

No te metas conmigo [Ruvik - The Evil Within]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora