contaminame

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Pues si que dieron los dos la mejor versión de si mismos para estar juntos. Mia tuvo que ceder psicologicamente, perdonar todas y cada una de las ofensas de Ruvik y él, a su vez, aceptar que la vida no se reducía a investigar sin cesar, pasando por encima de los demás hasta hacerse con lo que quería. A veces el camino largo y complicado, como tener que conocer a fondo a una muchacha alocada que no le traía más que problemas, podía ser la solución en si misma a su odiosa soledad.

Ambos estuvieron de acuerdo en los términos de aquel trato, aunque implicase acceder a entregar algo y por eso mismo, por el esfuerzo, ambos iban a disfrutar de aquello.

-Rubén...-Lo llamó la menor entre suspiros.

En algún momento la despojaron de la camisa y había quedado desnuda por completo. Su cuerpo se retorcía bajo el del científico, que continuaba con sus tórridas atenciones.

-Tu también. Desnudate.- Pidió con un hilo de voz, tirando de la bata que siempre llevaba de una forma un poco torpe. Su rostro se hallaba ruborizado y las manos le temblaban. Ni que decir del pitido del marcapasos, que nadie se había tomado la molestia de apagar.

Los besos dieron paso a pequeños mordiscos, pero no dejó que le desvistiese. Se apartó un momento para bajarse los pantalones y luego volvió a cernirse sobre ella.

-Con eso debería bastar.

Era extraño. La temperatura de la piel del Victoriano variaba según la zona. Las partes quemadas, llenas de cicatrices, estaban acartonadas y no transmitían la menor sensación térmica. Es cierto que se templaban si la cantante lo tocaba sin cesar, pero se percibía, más bien, como si fuese incapaz de equilibrarlo y adquiriese el frío y el calor del mismo ambiente. Por otro lado, la piel que había salido intacta después del incendio, ardía.

Cuando la violinista notó el roce de la hombría del mayor contra sus muslos, endurecida, se cubrió el rostro con el antebrazo. Fue más de lo que podía soportar.

-Estoy tan avergonzada...- Murmuró, incapaz de mirar a su acompañante.

-¿Tú? También estás mal de la cabeza, mujer.

¿En que mundo cabía que ella, que era linda, tenía buen cuerpo y una personalidad arrolladora, se sintiera cohibida? ¿Y entonces él cómo debía de estar? Nunca, jamás de los jamases, había mostrado su anatomía a nadie más. Cierto que no pensaba quitarse la ropa, no al menos en su totalidad, pero ya estaba enseñando lo primordial.

-No tenías pudor conmigo mismo, cuando tenía dieciocho. ¿Por qué sonrojarte de esta manera ahora? ¿Acaso no soy la misma persona?

Mia apartó el brazo un tanto y lo observó, abochornada. Sabía que tenía razón, no obstante la diferencia entre la mentalidad de Rubén y Ruvik difería en gran medida. Costaba aguantar el peso de su mirada sin estremecerse.

-Si, pero no es lo mismo.- Intentó explicarle.

-Deja que te lo simplifique.- Echó a un lado su brazo y rozó con su nariz la de la pelinegra. Respiró contra sus labios, cerró los ojos y prosiguió, recitando las mismas palabras que Mia le dijo a su alterego:- No miraré.

Un segundo después bebía de su boca, forzándola a abrirla para poder enredar sus lenguas.

La sensación fue sublime, lo más delicioso que el Victoriano había probado en la vida, y eso que entendía de toda clase de sabores. No en vano el dinero compraba, hacía y deshacía hasta lo imposible.

Sus manos descendieron hacia las piernas de la muchacha, invitándola a abrirlas para que pudiera acostarse sobre ella y rozarse sin cesar, lo que arrancó algún que otro gruñido de su parte.

No te metas conmigo [Ruvik - The Evil Within]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora