El ejército del rey.

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Dio vuelta a la página amarillenta de su libro de defensa contra las artes oscuras no sin hacer notorio su aburrimiento. El sonido de la página siendo cambiada fue lo único que se escuchó en toda el aula, además, por supuesto, del sonido que hacían los tacones de Dolores Umbridge que caminaba de fila en fila para asegurarse de que absolutamente nadie estuviese haciendo algo que infringiera sus absurdas reglas sobre no usar magia, no charlar, no intercambiar notitas y no quejase, ni rezongar por ninguna de las reglas anteriores. Dolores había pasado muy cerca de él, pero ni si quiera eso le impidió bufar con aburrimiento y claro desagrado, lo que le ganó una mirada de la profesora y una sonrisa que pintaba dulce y se digería amarga.

—¿Sucede algo señor Potter? —Preguntó la mujer con su melosa voz.

Harry no apartó la mirada de su libro pese a no estar leyendo absolutamente nada. Se limitó a soltar otro bufido nada disimulado que causó algunos cuchicheos por parte de algunos de sus compañeros y que Umbridge se plantara justo frente a él, como intentado demostrar quién mandaba en aquel salón de clases y que nadie, nunca le ignoraba.

—¿Y bien? —volvió a preguntar ahora golpeando con su varita la superficie de madera donde Harry fingía leer.

—Ahora que lo menciona —dijo por fin mirándola, tan indiferente que la mujer casi frunce el ceño, claramente enojada—. Si, sucede que ya me he leído todo este libro y le encuentro nada útil.

Umbrudge soltó una carcajadita que sonó más al canto de una rana.

—Eso es, señor Potter, porque claramente no entiende el objetivo del curso.

—¿Aburrirnos hasta la muerte? —preguntó con gesto aburrido y recargando su mejilla en su mano y su codo sobre la mesa.

La mujer parecía genuinamente escandalizada.

—¡Llenarlos de conocimiento útil e inofensivo! —le corrigió—. Los niños de su edad tienen que saber sobre todo lo que ese libro (aprobado por el ministerio) tiene que enseñarles, ni más ni menos, solo lo necesario para que ustedes sepan...

—¿Cómo lanzar un encantamiento de enfriamiento que solo funciona con comida? —le interrumpió con fría incredulidad.

—Nunca sabes cuando tu té está demasiado caliente —respondió como si aquella respuesta fuese la más válida del mundo para enseguida agregar— Ahora a seguir leyendo señor Potter o tendré que darle detención y no creo que su equipo de quidditch valore mucho que su capitán no pueda entrenarlos por estar castigado.

Harry la miró alejarse tarareando una melodía infantil. Cada día que pasaba le costaba más controlar su temperamento y no lanzarle una imperdonable por lo absurdo que era mantener con ella una conversación. Aquella fachada de infantil dulzura comenzaba a sacarlo de sus casillas y pronto la idea de darla de comer al basilisco se le antojaba más viable. Seguro que podría echarle la culpa de su desaparición a Voldemort, pero hacía un par de semanas que una idea mejor había cruzado por su mente y ahora, seguro de que al igual que él, muchos estrían cansados de estudiar maldiciones que servían para nada, era un buen momento para ejecutarlo y quien sabía, tal vez, al final del año a nadie le importaría que Umbridge desapareciera a mano de las acromántulas.

El sonido de los zapatos de la mujer lo estaba sacando de sus casillas pero se obligó a volver a su estado conformismo para no buscarse más problemas. Nada ganaría haciéndose el valiente y definitivamente no se le antojaba para nada que lo castigaran, la discreción era parte de su personalidad Slytherin, aguardar tranquilamente entre las sombras y esperar el pie descalzo del enemigo para morderlo, inyectar toda la cantidad de veneno posible y hacerlo morir lenta y dolorosamente.

The King.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora