Mío.

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Harry no estaba feliz y sabía perfectamente por qué.

Desde que habían regresado al colegio, después de las vacaciones de navidad, las cosas se habían enturbiado mucho en cuanto a su relación con Draco y por más que lo pensaba no lograba entender por qué. Bien, Lucius Malfoy estaba muerto y Draco tenía todo el derecho del mundo de guardar luto –él le había dado ese derecho– pero ya habían pasado más de dos meses desde que aquello había sucedido y el rubio no parecía mejorar en absoluto.

Draco, que generalmente era un muchacho altivo y despreocupado, apenas y hablaba con nadie, no comía absolutamente nada y pasaba horas sumido en sus propios pensamientos, con la mirada perdida en algún punto en la lejanía, con sus preciosos ojos grises nublados por la tristeza que disfrazaba de indiferencia y el brillo de su rostro completamente apagado.

Los primeros días Harry se había tomado bastante tiempo para admirar aquella nueva faceta de su dragón. Su rostro endurecido por la tristeza y la incertidumbre le traían una insana satisfacción y un deseo poco convencional. Verlo tan debilitado, tan expuesto, le hacía a él sentir poderoso y con la responsabilidad de cuidar de él. Lo subía un peldaño más en su camino al dominio de aquel indomable rubio.

Draco era precioso, aún sumido en aquel estado permanente de tribulación, su piel cada vez más pálida le incitaba a mordisquearla hasta dejarla marcada y las ojeras debajo de sus ojos enrojecidos le hipnotizaban como nada lo había hecho antes. Ansiaba poder arrancarle esa máscara de indiferencia a gemidos, hasta hacerlo llorar de dolor o de placer, que eran lo mismo.

Sin embargo el placer que significaba admirar a Draco Malfoy sumido en esa nueva etapa de sentimientos tan oscuros se desvaneció casi al mismo tiempo en que Harry comprendió lo molesto que podía ser no verlo completamente comprometido con él, demasiado ocupado lidiando consigo mismo.

¿De qué le servía haber quitado de en medio a Lucius y haber puesta a prueba a su dragón si éste no parecía dispuesto a invertir cada segundo de su tiempo en él y solo en él?

Ciertamente no servía mucho.

Si Harry había comprendido algo a muy corta edad era que adoraba, casi tanto como adoraba la magia negra, ser el centro de atención del joven Malfoy, ser su prioridad y el núcleo de su orgullo personal, ser la razón de sus lágrimas y sus sonrisas, el causante de que su sangre se derramara cuando le besaba con demasiada fuerza, o el autor de sus gemidos cuando las cosas se ponían especialmente sucias.

Harry no podía permitirse no ser el centro del universo para Draco, no se lo había permitido antes y después de escuchar la profecía mucho menos, Draco debía permanecer a su lado costase lo que costase, con todos sus esfuerzos volcados a que Harry llegara a al cima, a ayudarlo a que la corona fuese suya y no solo de manera metafórica.

Distraído como estaba Draco servía para lo mismo que Colin Creevey en su vida; para nada.

Así que, cuando la primavera finalmente llegó, Harry había tomado una decisión, Draco volvería a ser el mismo de antes, volvería a ser todo suyo y no habría más distracciones entre ellos. Se encontraban en un momento decisivo de la guerra y no podían echarlo a perder por una nimiedad como la muerte del bastardo de Lucius, una muerte que al parecer nadie lamentaba.

El rey se las había arreglado –moviendo algunos hilos, claramente– para que la noticia de la muerte del hombre saliese a la luz al día siguiente de lo ocurrido. Dolores había ido por el cuerpo de Malfoy al día siguiente de perpetrar el asesinato para llevarlo de vuelta a Azkaban. Rita Skeeter se había encargado del resto del trabajo, alentada por Harry quién casualmente le había dado la noticia después de que "Draco se la comunicara".

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