Pruebas y lealtades.

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Se despidió de Dumbledore con un movimiento ligero de cabeza y abrió la puerta del despacho, dispuesto a salir de allí y pensar con claridad todo lo que había visto en la comodidad de su habitación en Slytherin.

Cada viernes, desde que el sexto curso había iniciado, Harry había sido llamado al despacho del viejo director del colegio para presenciar algunos recuerdos dentro de un pensadero. No eran recuerdos cualquiera, por supuesto, eran recuerdos importantes a los que Harry planeaba sacarles la mayor cantidad de provecho posible.

Cada día que pasaba, Harry más se alegraba de no haber asesinado a Dumbledore nada más hubiera comenzado el año. El viejo se las había arreglado durante todo quinto año, año en que había estado sospechosamente ausente en el colegio por largas temporadas, para recolectar recuerdos de un montón de gente que de una u otra manera se había involucrado con Voldemort durante su juventud, cuando el nombre de Tom Riddle no le había significado un problema.

Parecía que todo el mundo mágico conocía a Riddle, pero nadie sabía absolutamente nada del hombre tras los recientes desastres en el mundo mágico y muggle. Voldemort se había encargado muy bien de esconder su pasado, su vida como un mago común y corriente, la vida del huérfano que había sido abandonado por su madre cuando su padre los abandonó. Ciertamente un pasado vergonzoso e indigno de alguien con el poder de Lord Voldemort.

Si alguna vez Harry había tenido dudas sobre su similitud con Voldemort, el mirar aquellos recuerdos sobre el pasado del hombre terminó por disipar esas dudas.

Voldemort había sido un huérfano alguna vez, incomprendido por los muggles que le rodeaban, había llegado a Hogwarts sintiéndose especial por el simple hecho de ser diferente, por ser mágico y su ambición por conseguir un lugar en la sociedad lo había llevado a ser uno de los magos más poderosos que hubiesen existido nunca. También uno de los más terribles.

Al igual que Voldemort, Harry se había visto tentado en dejar a atrás al pequeño niño que alguna vez había dormido en una sucia alacena debajo de las escaleras, que estaba tan delgado y era tan debilucho por la falta de buena alimentación, que se había visto obligado a buscar amigos que pudiesen defenderle, aquel que vestía ropas viejísimas que jamás estaban a su medida, aquel en el que no había pensado hasta que el recuerdo de Dumbledore en su primer encuentro con Riddle se lo recordó.

Detestaba a aquel Harry, tan lleno de dudas, tan insignificante. Un niño que era famoso por haber logrado vencer a Voldemort y ni si quiera podía recordarlo. Sí, había logrado forjarse un nombre a base de respeto y despliegues descarados de poder, pero el solo recuerdo de lo que alguna vez había sido le atormentaba. Cuando su nombre volviera a figurar en los libros de historia por haber logrado vencer a Voldemort (una vez más) y haber conseguido más poder que Dumbledore ¿Qué dirían los textos de él? Rememorarían su patética vida con los Dursley? ¿Contarían la manera en que El Rey solía abonar las plantas de su tía? ¿Con las mejillas quemadas por el sol y la frente perlada de sudor?

Estaba seguro de no querer ser retratado de aquella manera.

No estaba seguro de por qué Dumbledore le mostraba realmente todo aquello, hasta donde sabía, ni si quiera la orden del fénix estaba al tanto de aquellos recuerdos sobre Voldemort. Lo que si sabía era que significaba una gran ventaja conocer el pasado del enemigo. Riddle conocía casi todo sobre Harry, principalmente porque el mismo Draco le había dado información sin proponérselo, a través del diario, durante segundo año y ahora, conocer sobre Riddle todo lo que su pasado tenía para ofrecer, significaba enderezar la balanza.

Aún habían cosas por descubrir, o al menos eso era lo que Dumbledore había dicho y, aunque Harry no entendía por qué no simplemente se reunían un fin de semana y analizaban esos recuerdos, no se había atrevido a cuestionar al director. Ya bastante le había costado hacerle creer que estaba de su parte y que estaba dispuesto a pelear en el bando de la luz. Por supuesto que Potter sabía que Albus no era idiota, ni ingenuo, probablemente el viejo sabía más sobre él de lo que dejaba ver, pero tenía la esperanza de que Harry tomara el buen camino antes de que fuese demasiado tarde. Le tenía demasiado cariño al muchacho y el amor lo cegaba tanto que no le dejaba ver detrás de la máscara del chico.

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