El lobo, el perro y el cuervo.

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El expreso de Hogwarts fue disminuyendo su velocidad conforme se adentraba al andén nueve y tres cuartos. Sobre el andén se podían observar claramente a los padres de familia que radiantes de emoción esperaban a que sus hijos descendieran del tren para recibirlos con un fuerte abrazo o un beso en la mejilla que seguramente los avergonzaría. Entre el mar de padres, hermanos y tíos Harry divisó la figura de Sirius y Remus quienes charlaban tranquilamente, con las manos entrelazadas sin inmutarse por las miradas de desaprobación que recibían de algunos de los transeúntes. Como siempre que estaban juntos, lo demás parecía no importar.

—¿No es ese tu padrino? —preguntó Zabini cuando su ventanilla pasó frente a la pareja.

—Ni un maldito comentario, Zabini —amenazó Harry y Blaise obedeció sin dudar.

El tren se detuvo finalmente y Harry, quién ni si quiera se había tomado la molestia de tomar sus maletas a sabiendas que Gregory haría el trabajo, comenzó a caminar entre los alumnos que, al mirarlo, se apartaban de su camino con solemne respeto. Potter no necesitaba voltear para saber que detrás de él venían Blaise, Gregory, Daphne y Astoria. Colin Creevey le saludó tan entusiasta como siempre cuando pasó frente a él y hasta le sacó una fotografía para la que Harry no se molestó en posar. Cho Chang le sonrió y agitó las pestañas mientras intentaba unirse a su círculo pero Harry rápidamente la dejó atrás. Hermione, Ron y Cedric se le unieron casi al final.

—¿No te molesta? —Preguntó Hermione—. Recibir toda esta atención, es como que están demasiado al pendiente de ti.

La chica miraba de un lado a otro, insegura, mirando como todos se apartaban a su paso, como si fuesen parte de la realeza.

—No seas aguafiestas, Mione —le dijo Ron contento de recibir toda esa atención—. Así nadie choca con nosotros.

Cedric frunció el ceño y miró a Hermione, al parecer él tampoco se sentía cómodo.

—Bueno... ahora queda claro por qué te dicen "el rey" —agregó el Hufflepuff. Harry se encogió de hombros.

—Me respetan —dijo con simpleza.

Los cuatro bajaron envolviéndose en una charla el siguiente partido de quidditch para el que Harry había estado entrenando a su equipo con demasiado ahínco. Hermione se mantuvo apartada de la charla, pero Cedric, Ron y Harry participaron con entusiasmo. Harry estaba satisfecho de que la charla hubiese tomado ese rumbo, era suelo firme y seguro, ya había notado antes que a Hermione no parecía agradarle mucho que los alumnos (y gran parte de la comunidad mágica) lo viesen como algún tipo de salvador por el que se dejarían gobernar fácilmente y aunque era verdad, Harry debía mantener su máscara de humildad y benevolencia.

—¡Señor Potter! —Dijo una chica que Harry conocía por las reuniones en la sala de los menesteres—. Mi madre le manda esto —dijo entregándole una canastita diminuta con postres. Y así como llegó, se fue, con las mejillas encendidas.

Hermione volvió fruncir el ceño pero no dijo nada.

—Hay de todo allí —dijo Ron viendo la canasta miniaturizada con magia. Harry se la dio.

—Puedes quedártela —le dijo como si fuese nada importante—. Debo marcharme, no olviden recolectar toda la información que sea posible ahora que estamos fuera del colegio —agregó en tono confidencial—. Felices fiestas.

Se marchó con sus aliados despidiéndose de él con un tono de voz tan cálido que Harry no sabría imitarlo nunca. Algunos alumnos de saludaban y algunos padres también. Algunos de los adultos lo detenían para agradecerle por haberlos salvado ya cuatro veces de Voldemort, estrechando su mano de manera efusiva y algunos entregándole regalos también. Harry les respondía con un cordial "no ha sido para tanto", "era mi deber" o "todo sea por la paz" que tenía bien ensayado, junto con esa sonrisa brillante y cautivadora que convencerían a cualquiera de que no tenía segundas intenciones ocultas detrás de esa modestia falsa y esa sonrisa hipócrita.

The King.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora