Castigo.

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Harry se estiró sobre su asiento, bostezando perezosamente mientras las chicas a su alrededor soltaban risitas tontas. Él estiró ambos brazos y atrajo hacia su cuerpo a Ginny y a Daphne quienes no dejaban de mirarle con sus pestañas revoloteando y dedicándole las sonrisas más embelesadas que hubiese visto nunca. Al resto de las chicas no pareció agradarles mucho el hecho de ser ignoradas de esa manera. Todas querían un pedacito del rey.

Se encontraban en la sala de los menesteres que había sido adecuadamente pensada para convertirse en una especie de sala del trono, con tapices finos, una enorme alfombra que iba de la entrada al trono, unos candelabros de oro preciosos y por supuesto, el enorme trono de plata que descansaba en lo alto de un pedestal. El trono donde Harry se encontraba sentado en ese momento.

Las bromas sobre ser el rey habían terminado por descontrolarse y ahora incluso tenía su propio salón del trono ultra lujoso que él ni si quiera había pedido y que había comenzado como una broma de Dean y Seamus después de navidad y ahora se le estaba haciendo una verdadera costumbre utilizarla para aquellas pequeñas reuniones que sus admiradores insistían en tener con él.

Draco no parecía muy contento, ciertamente. Harry no estaba seguro de si era por el hecho de tener que compartir su atención con todas esas pequeñas zorritas o porque ahora que Harry se había deshecho de su juguete personal no tenía nada más con que entretenerse.

Astoria no había dejado el colegio, pero si se había tomado un par de meses para su recuperación. Asistía a clases aun completamente ciega. Los compañeros de su año se habían apiadado de ella (por petición de Harry) y siempre había alguien ayudándole a llegar a las clases. Daphne estaba muy agradecida con Harry por supuesto y los Greengrass en general. Draco en cambio, no dejaba de mirarle como si supiera que era su culpa, a pesar de que todos sabían que había sido un accidente.

Fuese como fuese, Draco parecía realmente aburrido ahora que Harry estaba ciertamente ocupado atendiendo los asuntos del ministerio, las reuniones privadas con Dumbledore y las reuniones con sus seguidores quienes siempre acudían a él por consejo.

Nada pasaba en el mundo mágico sin que Harry se involucrara.

Era casicómico que a través de un montón de muchachitos sin importancia, Harry hubiese podido hacerse de alianzas con importantísimas familias de magos que lo respetaban y le expresaban su apoyo a través de regalos y masivas que llegaban semanalmente. Dumbledore por supuesto estaba encantado, la Orden del fénix estaba obteniendo, gracias a Harry, gran popularidad y ahora el ministerio ni si quiera intentaba intervenir en sus misiones. El viejo profesor creía que la unión hacía la fuerza y si Harry podía unir a toda la sociedad mágica inglesa, entonces tenía que ser bueno.

Con el ministerio y Hogwarts a sus pies, las cosas estaban relativamente tranquilas. Voldemort estaba jugando con sigilo y, aunque sus hombres a veces se descontrolaban e iban al mundo muggle a torturar, asesinar y causar desastres inexplicables para ellos, todo estaba bajo control. Harry sabía que solo era cuestión de tiempo, una vez cayera Dumbledore el telón se alzaría y solo las partes más fuertes del juego tomarían sus posiciones para iniciar la inminente guerra. Harry estaba entusiasmado, tanto como un niño pequeño en navidad, sabía que con Draco de su lado no podía perder.

Sin embargo había una cosa que si le estaba molestado y mucho. Draco. Su precioso príncipe de ojos grises y cabellos dorados, el dueño de todos sus sueños y de sus más sucios pensamientos. Aquel por el que se había desvivido tanto tiempo, aquel al que le debía aquella perfecta vida llena de lujos y reconocimiento, su Draco, su precioso Draco, le estaba volviendo loco y nada tenía que ver con Astoria Greengrass.

Draco Malfoy, el rey del control y la serenidad había resultado ser un maldito alborotador y en el peor de los sentidos. Harry había tenido que soportar semanas enteras de provocaciones sexuales sin sentido en las que Malfoy siempre le prometía más y no le daba nada. A veces llegaba a su habitación y le encontraba completamente desnudo en su cama, dormido para variar y Harry tenía que luchar con su nulo autocontrol para no hacer nada de lo que se arrepentiría después. Respetaba a Draco demasiado como para forzarlo a mantener relaciones sexuales con él, pero no estaba seguro de resistir mucho más en ese estado.

The King.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora