Prólogo

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Todo debería terminar-dije entre dientes.

Mi cuerpo temblaba por los sollozos que no paraban. Pero no podía, simplemente me sentía fatal, como si algo se hubiese roto en mi, y no lo entendía.

Las cosas iban perfectamente, había salido de compras cuando comenzó. Algo dentro de mi pecho dolía, como si alguien lo hubiera apuñalado de repente, solo porque tenía la puñetera gana.

Mi respiración se iba dificultando más y más, a medida que avanzaba a camino apresurado hacia mi departamento. Vivía sola, y tenía unas ganas terrible de ir por ayuda, pero no tenía sentido.

Mi mano tembló mientras colocaba la llave en la cerradura al llegar a mi destino.
La oscuridad, en vez de ponerme nerviosa, mitigó un poco la molestia en mi interior, por lo que no encendí las luces. No tenía muchos muebles, así que sabía que no me chocaría con algo.

Limpiando las lágrimas con el dorso de mi mano, caminé lentamente hacia la cocina por un vaso de agua. El líquido helado quemó por alguna razón en mi garganta, un fuego frío que dolió demasiado.

Un pequeño cosquilleo molestaba en mi nuca, pero era el menor de los problemas, porque aún seguía costándome recibir aire, y eso me preocupaba cada vez más. Hacía una hora que estaba así, y no se detenía.

«Tal vez sea un ataque de pánico» pensé por un momento. Me dejaba arrastrar hasta mi habitación mientras iba quitándome mi camiseta de mangas largas, y luego mi jeans.

No me molesté en mis prendas cuando las iba arrojando al suelo, mañana las recogería. En cuento quedé frente a mi cama, solo tenía mi ropa interior e incluso quería deshacerme de ella, el calor me sofocaba.

Todo lo hacía.

Por un momento, sentía que estaba muriendo.

Mi pisadas repiqueteaban contra las baldosas, y los únicos sonidos provenían de mi. Observé con cierta adoración la cama de dos plazas, gracias a que había dejado las persianas abiertas.

Solo era yo y la luz de la luna.

Avancé, casi corrí, porque una parte de mi sintió alivio, como si esa fuera la solución.

Suspiré en el instante en que mi cabeza tocó la suave almohada, las finas sábanas cubrían mi pequeño cuerpo, cuando pude volver a la normalidad.

Cerré los ojos.

Y lo sentí.

Una suave brisa cálida sobre mi cuello.

-Lo que debo hacer para que vengas a mi, cariño-susurró una voz masculina a mi lado, pero era imposible, estaba sola.

Asustada, mis ojos se abrieron.

Sofoqué un grito al verlo.

En un instante, pude verlo entre la oscuridad, pude sentir su cuerpo presionarse junto al mío. Una de sus manos rodeaba mi cintura, y la otra descansaba tranquilamente en medio de nosotros.

Intenté apartarme, alarmada ante la situación, pero él me lo impidió, era más fuerte que yo, era más grande que yo. Volvió a acercarme, su agarré aumentó. Enterró su nariz en mi cuello e inspiró.

Temblé ante su acción.

-Soy yo, no temas.
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-Soy yo, no temas

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Azael | 1 | Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora