Capítulo 2

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Caí en el hall a las 10.15 con la esperanza de que se hubieran ido. Gabi me saludó como si yo le importara. Me presentó al grupo y nos llevó a la pileta. Los primeros días íbamos a practicar ahí.

Por suerte, no había ninguna diosa, de hecho, solo dos chicas que parecían bastante normales.

No entendí nada de la explicación, porque no podía dejar de mirar cómo sus labios se abrían y cerraban. Pensaba si era el mismo movimiento que hacían los peces cuando me di cuenta de que yo también estaba abriendo y cerrando mis labios. Para disimular, puse cara de inteligente.

Si me quedaba sin aire, ¿me haría respiración boca a boca? O mandaría a alguno de los chicos para que me salvara. Miré a mis compañeros y mejor morirse.

¿Cuántos años tendría el profe? Ojalá no más de 18. Porque si no, nuestros padres se opondrían. Los Montesco y los Capuleto. Imaginate a mi mamá si yo decidiese vivir en el crucero con mi novio.

¿Alguna duda?, preguntó Gabi. ¿Julieta era Montesco o Capuleto?, pensé y me reí por mi ocurrencia. Todos me miraron intrigados.

Nos tiramos al agua. Miré al resto para ver quién la tenía clara, y empecé a copiar sus movimientos. O diagnostiqué mal o soy pésima en copiar movimientos acuáticos. Gabi me daba indicaciones desde el borde, hasta que ni eso dio resultado y terminó toda la clase al lado mío, ayudándome. Mi Romeo, cada vez, resultaba más encantador.

Terminamos al mediodía, el profe nos felicitó y las chicas me miraban con odio. ¡Qué culpa tenía yo de necesitar atención personalizada! Gabi nos propuso juntarnos a las 4 para jugar al tenis. Las chicas no sabían, ¡qué pena! Y yo era buenísima en tenis. Acepté. Ya vería el profe que, en la cancha, era un pez en el agua. ¡Cómo te extrañaba a vos, Cata, que te reís de todas mis boludeces!

En el almuerzo, mi vieja comenzó con su acoso, como siempre.

─Contame todo. ¿Cómo te fue?

─Bien.

─¿Bien nada más?... Con papá pasamos por la pileta y te vimos.

─Entonces qué preguntás si viste todo.

─¡Tratá bien a tu madre!

─Entonces, mami, qué preguntás si viste todo.

─A mí me pareció que buceabas muy bien. Vos tenés que pensar que estuviste nueve meses nadando en mi vientre. Experiencia tenés.

─¡Qué asco! ¡Qué tiene que ver!

Mi papá se estaba matando de la risa. Nos miramos y no podíamos parar de reírnos. Qué necesidad tenía de meterme esa imagen en la cabeza.

Pedro empezó a cantar.

─¡A Vicky le gusta el profe!

─¡Shh! Callate, estúpido.

─Basta, Pedro ─esta vez ella salió al rescate.

Miré a las mesas de al lado, por suerte no había nadie conocido.

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora