Capítulo 23

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Estuve toda la noche dando vueltas. Qué era eso de "no me dejes, te necesito". Yo no quería que nadie me necesitara. Quería un hombre, un hombre que me abrazara, que me diera seguridad. ¿Qué me había gustado de él? ¿Cómo me había engañado?

Pero las lágrimas se me caían de la bronca. Durante dos días había soñado con estar a solas con él. Había pensado cada detalle, cada caricia, había pensado en sus labios, había sentido su cuerpo. Y creo que eso me mató. Comparar mi sueño con la realidad, darme cuenta de que huíamos como delincuentes y teníamos miedo a que la Torcida nos alcanzara. ¡Era tan patético!

Sentía lástima por mí misma. Faltaban cuatro días y no quería salir del camarote. Pero Pedro no paraba de tirarse pedos y yo no lo soportaba más. Así que al día siguiente, luciendo mis bellas ojeras, salí a enfrentar la farsa que me tocaba.

Mi mamá estaba emocionada por ir de compras con la Torcida, mi viejo iba a ir a Maracaná. Pedro tenía todo el día de aventuras con el grupo de los chicos y a mí no me quedaba otra que ir a mostrar mi culo en la tirolesa.

Por suerte, Gonza venía con nosotros. Y yo me le adosé, no para generarle celos a Gabi, sino porque no quería que se me acercara.

─¡Qué ojeras! Parece que hubo fiesta... ─siempre Gonza tan ubicado.

─Nada que ver, el príncipe se transformó en sapo, y de la bronca tiré al mar los zapatitos de cristal.

─Eso no se hace. Uno nunca sabe cuándo tiene que volver a usarlos. Capaz no eran los zapatos indicados para ese príncipe. No combinaban.

─Capaz no era un príncipe.

─Quizás estés necesitando un rey.

─Ja, ja, seguro.

Ellos habían vivido siempre en el crucero, sabían tratar a pasajeras estúpidas, pero no sabían realmente cómo levantarse a una chica como yo. "Eso es lo que provoca el encierro", me dije y me convencí. Yo podía enseñarles, si ellos estaban dispuestos a aprender. Escuché mi pensamiento y me horroricé. Parecía una frase de mi vieja.

Gabi, como siempre que coordinaba el grupo, parecía seguro, lindo, atractivo, pero no me engañaba, era una máscara. Él era el indefenso, el que la madre lo había abandonado, él era el sufriente, no ese Apolo iluminado por el sol. Pero estaba tan lindo...

Lo miré a Gonza: era tierra pura. Me lo imaginaba en medio de una selva, cortando las ramas con un machete. No te rías, en serio. Sé que suena cursi, pero te juro que me lo imaginaba así. Una especie de Tarzán. ¿Vos me entendés? En la era digital, enamorarte de Tarzán es terrible, pero enamorarte de Apolo también. Tenía que abrirme a nuevas posibilidades, porque con ellos realmente no combinaba.

La tirolesa consistía en colgarte con un arnés de una cuerda a 70 metros de altura, gritando como una loca, con pánico a caerte. Se suponía que mientras volabas tenías que apreciar el paisaje. Quería salir corriendo, pero mi orgullo no me lo permitía. Gonza se dio cuenta y estuvo todo el tiempo conmigo.

Me dio fuerzas, me levantó el ego de mi noche de insomnio, y le despertó celos a Gabi. Pero a mí no me importaba, lo único que quería era que Tarzán me cuidara. Si no fuera tan orgullosa, le podría haber dicho la frase de Gabi: Por favor, no me dejes, te necesito.

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora