Capítulo 8

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El resto de la noche estuvimos todos juntos: Ana, Gonzalo y yo. Él hacía que no me miraba, pero a veces lo enganchaba disimulando, moviendo la cabeza para evitar mis ojos. Quería atraparlo, quería que se hiciera cargo del beso.

Lo miré para tratar de descifrarlo. Nuestros ojos se cruzaron. No sé lo que me dijo, no sé lo que le dije. Sentí su complicidad, su deseo, mi deseo. Su ternura, sus ojos en mis ojos. Estábamos solos en medio de la noche, en medio del océano.

─Preciosa, mañana tenemos que volver a jugar. Pero nada de dobles.

─Bueno ─se me habían acabado las palabras.

Antes de irse, me dijo:

─¿A las cuatro en las canchas?

Asentí.

─¡Dejá algo para el resto! ─me dijo Ana.

La miré sin entender.

─Te lo acaparaste al profe, y ahora también a este bombón.

─¿Bombón? ─dije para disimular.

─Algo pasa entre ustedes.

─No sé de qué hablás. Nos conocimos hoy e hicimos buena pareja en el tenis.

─Seguro ─se rió.

─El profe está enamorado de Natalia ─dije─, la que se torció el tobillo.

─Veremos mañana...

─Si fuera como vos decís, no me bajo más del barco, porque afuera no me levanto a nadie.

─No te hagas la pobrecita ─dijo Ana─, que ya vi tu estrategia en el agua.

─No fue a propósito. Lo que pasó es que, cuando Gabi explicaba, no presté atención y después no sabía qué hacer.

─A mí me gusta Rodrigo.

─¿Quién? ─le pregunté.

─El de la malla roja.

─No sé quién es.

─¡Mejor!, ¡ni se te ocurra mirarlo!

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora