Capítulo 13

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El camarote me resultaba chico para mi cabeza. Tenía que caminar, sentir el oleaje en mi cara, despertar de esta pesadilla. A medida que empecé a dar vueltas, mi confusión crecía. Lo único que quería era estar sola en medio de las montañas, escuchando el agua de un arroyo. Me estaba enamorando de dos chicos al mismo tiempo. Eran tan distintos. Tenía que elegir y no sabía a quién. Intuía que Gonza combinaba mejor conmigo, pero me molestaban sus juegos, sus mentiras, su "superioridad", aunque me atraían.

Por otro lado, Gabi me había sorprendido. Parecía que él también necesitaba su refugio para respirar, para sacarse tanta ciudad berreta de encima. Me daba pena que tuviera que vivir en este paraíso mentiroso con turistas eufóricos y actividades decadentes. Pero al mismo tiempo me indignaba su servilismo. ¿Por qué no me había besado? ¿Por qué estaba tan pendiente de Gonza, de Natalia? ¿Por qué no se había dejado llevar? A veces quería salvarlo y a veces quería gritarle que lo odiaba. Pero esa tarde lo quería más, me había llevado a su refugio y había despertado una parte de mí, que yo no sabía que existía.

Me dejé llevar, y mi deseo me llevó lejos de la gente, atravesé pasillos interminables, subí escaleras infinitas. Había dejado de llover. Estaba anocheciendo, era ese momento en que el cielo es azul, un azul tan puro, que se aclara suavemente hacia el lado que se retiró el sol. Un azul intenso que exhibe las estrellas. Yo amo esos momentos, que duran unos minutos antes de que el cielo se entregue a la noche.

Sin querer, había llegado muy cerca del refugio de Gabi. Subí para ver el cielo desde ahí. Pero el mirador no me alcanzaba para mi necesidad de infinito, salí y subí las últimas escaleras. Arriba estaba él.

─Te estaba esperando ─me dijo.

Me sorprendió que él hubiera sabido lo que yo iba a hacer, cuando ni yo sabía lo que había hecho, ni por qué.

Me tomó de la mano y me abrazó. Deseaba que me besara y tuve miedo de que no lo hiciera.

Lo besé, me besó, nos besamos.

Sus labios eran suaves.

Sus brazos me sostenían como el cielo sostenía a las estrellas.

Llegó la noche, oscura y profunda. Y con ella la conciencia. Deben estar buscándome, dije y me odié por decirlo. Me odié por tener quince años y una familia insoportable que me reclamaba. Me odié por la obediencia. Y odié a Gabi por entender. Hubiera querido que me raptara, que me llevara lejos a un lugar donde solo estuviéramos nosotros dos. Pero no era Gonzalo, era Gabriel, mi príncipe dulce, encantador y comprensivo.

A medida que bajábamos yo me enojaba más y más, conmigo, con mis viejos y con él. ¿Por qué no me retenía? ¿Acaso no le habían gustado mis besos? ¿Por qué me dejaba ir?

Lo miré esperando un plan de huida, lo miré rogándole que no me abandonara.

Me dio un último beso.

Una lágrima cayó por mi mejilla y llegó a nuestros labios.

─¿Qué pasa? ─me preguntó.

─No quiero ir.

─Yo tampoco, pero es tarde. Voy a pensar en vos toda la noche ─y me volvió o besar.

Es como si me hubiera desintegrado. En serio. Suena ridículo, pero es así, sentí que mi cuerpo desaparecía. Y yo... ya no era yo.

Piedra libre.

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora