Capítulo 37

61 3 0
                                    

Pedro estaba bien y salí corriendo para encontrarme con Gabi y los chicos. Era el último día, quería dejar de disimular y besarlo delante de todos.

Gabi me sorprendió. Me tomó de la cintura y me dio un beso en la boca.

─¡Ehh! ¿Qué pasó acá! ─dijeron algunos.

─¡Bien, profe! ─escuché por otro lado.

Vos sabés que me encantan las películas románticas, pero odio las de Hollywood, que siempre terminan con el pedido de casamiento en las pantallas de un estadio, o cualquier otra ridiculez. Es tan vergonzoso. Sí, quería que me diera un beso, pero no que el resto hicieran ese escándalo. Parecía que yo era un trofeo.

─Gonza y Nati insistieron tanto que no pude decirles que no ─me dijo Gabi─. Nos desafían al tenis a las 4.

─¿Qué?

─Creen que van a poder ganarnos, pero sabés qué, no me importa.

─A mí sí. Ni en pedo van a ganar.

─No te hacía tan competitiva.

─No soy competitiva, pero Gonza y Nati no van a ganar.

─¿No ves que ellos ya perdieron? ─y me besó.

Fuimos a comer con los chicos. Nos divertimos mucho y sentí que ya los extrañaba. El crucero debería durar más, justo cuando nos estábamos conociendo, cuando yo estaba con Gabi, cuando mis viejos se dejaban de romper, tenía que terminar.

A la tarde, nos acompañaron a las canchas. Me puse el vestido que me había comprado para el primer partido. Esta vez tendría que darme suerte.

Ahora Nati no me resultaba tan alta, sus piernas ya no me intimidaban. Sabía que eran frágiles y que podrían torcerse fácilmente. Y a Gonza, el mago guía vendedor, el robador de besos, no le tenía miedo. Ya había superado sus trucos.

Para ganar, tenía que ser yo misma, dejar mi cola de sirena, y usar mis piernas. Miré a mi compañero y me morí de amor. Mi atlético y dorado apenas sabía cómo agarrar la raqueta. Me sorprendió que no lo hubiera notado en el partido anterior.

El desafío sería entre Gonza y yo. Comenzamos a sacar nosotros.

Te la hago corta: 6-4, 4-6, y en el tercero fuimos a tie-break, llegamos a 11-9. ¿Quién ganó? Obvio, ya no tenía nada de sirena. Nati no daba más, mi atlético era un queso, pero corría todas las pelotas. Y Gonza estaba furioso.

Festejamos besándonos y esta vez no me molestó que todos nos vitorearan. Éramos la pareja favorita. Y en eso vi a mis viejos en la tribuna. ¿Qué hacían ahí?

─Nos contó Nati y queríamos ver cómo terminaba ─dijo mi mamá.

─Ganaste por mérito propio ─dijo mi viejo─, porque tu compañero es un desastre.

─Eduardo, no te pongas celoso.

─Lo vi con mis propios ojos.

─¿Qué viste? ─le pregunté.

─Vi todo, el juego y los festejos...

─¿Pero ustedes no querían estar solos? ¿No era su aniversario?

─Ya nos vamos. Al final, el vestido dio resultado ─dijo mi mamá y se fueron.

La corrí y le dije.

─Vi un vestido y unas sandalias hermosas, por favor, ma, ¿me las puedo comprar?

─¿Cuánto salen? ─preguntó mi viejo.

─El vestido me lo mostró Nati, amarillo, relindo, porfi. Y las sandalias las podemos usar las dos, tienen un taco así, dale, ma. No estaban tan caros.

─¿Cuánto?

─Todo, 500.

─Ni loco.

─Dale, Eduardo, mañana vamos a estar de vuelta.

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora