Capítulo 15

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Al día siguiente no me dejaron ir a la excursión de buceo. Ahora qué le iba a decir mi mamá al Capitán, qué excusa le iba a poner. Tanto que quería que fuera a buceo y ahora me prohibía ir. ¡Hipócrita! "Queremos que crezcas..." pero a nuestro ritmo. "Queremos que te transformes en mujer", siempre y cuando sepamos dónde estás, con quién y qué estás haciendo. ¡A los padres deberían prohibirles tener hijos!

Fue un día en familia. Recorrimos juntos Ilha Grande. No veía la hora de volver al crucero. Lo único que deseaba era que el cielo se volviera azul para encontrarme con Gabi en nuestro refugio. Pero las relaciones con mis viejos eran de lo peor. Ellos me tiraban de la correa y yo ladraba rabiosa.

Actué de hija buena, eso siempre daba resultados. Incluso actué de hermana buena, para que Pedro no me jugara en contra. Hice como que me había olvidado de todas las humillaciones. ¿Cómo podían creer que los había perdonado?

Habían arruinado el primer momento romántico de mi vida. Pero fingí, fingí que no me pasaba nada, que no tenía una vida propia, que nada me interesaba más allá de la familia. Y ellos se lo creyeron, sacaban fotos a todo lo que veían, me hacían posar, como si yo fuera parte de ellos.

Sentía lástima por Pedro. Él era tan ingenuo que disfrutaba de un día en familia. Pobre infeliz, no sabía lo que le esperaba.

Llegamos al crucero y había un show de magia. Pedro insistió que quería ir, entonces por mayoría, esa falsa democracia familiar, se votó que todos teníamos que ir. ¿De qué había servido mi actuación de hija perfecta si ahora me iba a perder el cielo azul viendo a un mago decadente? Me quería morir. No podría resistir más tiempo sin verlo a Gabi.

Fuimos al teatro y en los afiches descubrí que el mago era Gonzalo. Tenía puesto un traje brillante, el pelo brillante y una sonrisa de estafador. ¡Lo que faltaba! No podía creer que fuera tan grasa.

Ahí me di cuenta de que de mis viejos creían que yo estaba enamorada de él y por eso me llevaban a ver su espectáculo. Se sentaron en la primera fila. Gonzalo pidió un voluntario guiñándome el ojo. Yo bajé la vista, pero mi mamá me dijo:

─Dale.

Y de repente se me prendió la lamparita. Gonzalo me fue a buscar a la escalera que subía al escenario y me dijo por lo bajo.

─Hola, preciosa.

Simulando que le daba un beso en la mejilla, le susurré:

─Haceme desaparecer.

Lo ayudé en el primer truco y luego entre los aplausos le dije:

─Haceme desaparecer, vuelvo cuando termina el show. Por favor ─le rogué. Y Gonzalo no necesitó más.

Anunció que en el próximo número me haría desaparecer, me metió en una caja, la dio vueltas. La caja tenía un doble fondo y salí por ahí, directo atrás del telón.

─Tenés media hora, no me hagas perder el trabajo.

Empecé a correr. Estaba liberada, pero tenía poco tiempo para el paraíso.

Cuando llegué al mirador, Gabi no estaba.

Conté los segundos al ritmo de mi corazón. Tenía un nudo en la garganta, pero no podía volver al escenario con los ojos llorosos. Me contuve.

¿Qué habría pasado en la excursión de buceo? Quizás había ido la torcida y lo había enamorado. Y yo, en familia.

Llegué a bambalinas justo para mi reaparición.

─¿Dónde fuiste, preciosa? ¿Estás bien?

Volví a entrar en la caja, pero esta vez por la puerta de atrás. Justo antes de cerrarla me dijo:

─Siempre enamora a las mejores.

¿Qué quería decir? Y por qué siempre. Yo solo era una más en una lista.

Cuando abrió la caja, salí. Los reflectores me cegaron, mi cuerpo no respondía. Entre los aplausos se escuchaban los gritos de mis viejos y Pedro. 

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora