Capítulo 29

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No te imaginás la cara de los chicos cuando vieron a mi viejo. El único que no se sorprendió fue Gabi:

─Al final, se animó a venir. Le va a encantar.

Me dio bronca saber que lo había invitado.

Resultó que mi viejo sabía bucear en serio, esa cosa extraña de los padres, que parece que, en algún momento, tuvieron vida. Por lo menos, no hizo papelones.

Los corales eran hermosos, pero yo no dejaba de mirarlo a Gabi. Tenía un cuerpo tan atlético. Me imaginé que si me sacaba el tubo, tendría que pasarme aire con su boca, pensé en besarlo, pensé en abrazarlo y nunca volver a la superficie. Pero él estaba en otra, me señalaba entusiasmado los corales, los peces. Y ahí tomé conciencia de que solo nos quedaban dos días, o dos noches o nada, si es que no me sacaba a mi viejo de encima.

Qué sería de mi vida esos dos días, qué sería de mi futuro sin Gabi.

No volvería a tierra jamás, viajaría como polizonte y me encontraría todas las noches con él en nuestro refugio. Seguramente mi mamá se volvería más loca, y pobre Pedro, que tendría que soportarla solo. Pero ese no era problema mío.

Me quedé sin aire, trataba de respirar y no podía, pensé que el tubo de oxígeno estaba fallado. Le hice señas a Gabi, y él no me besó para darme oxígeno, lentamente comenzó la subida en diagonal. Y yo me moría, me moría de la mano de mi amado, me transformaba finalmente en sirena. Mis piernas se atascarían en un arrecife y los corales coronarían mi cabeza. Mi papá lloraría y gritaría, Gabi me daría un beso y los chicos dirían:

─Eso le pasó por calientapavas.

No es un sueño, es verdad lo que te digo, me quedé sin aire, no podía respirar, te juro que yo inhalaba y el aire había desaparecido. ¿Cuánto tiempo puede uno resistir sin oxígeno? De esa respuesta dependía mi vida. Me estaba muriendo. Y Gabi subía lentamente. Los peces me esquivaban como si fuera un arrecife más. Y tuve miedo. Y Gabi me llevaba de la mano hacia la luz, la luz del sol que, de repente, hirió mis ojos y respiré.

─¿Estás bien? ─me preguntó.

─Sí. El tanque se quedó sin aire.

─El tanque está bien, capaz te pusiste nerviosa y por eso no podías respirar.

─¿Por qué subías tan lento?

─Porque es peligroso subir rápido, por la descompresión. ¿Tenías miedo?

─No ─mentí─. No le digas nada a mi viejo.

Y el agua era transparente, y debajo de nosotros estaban los arrecifes y los peces, y Gabi me miraba con amor, y estaba feliz de no ser una sirena.

Mi papá venía desde el fondo, salió a la superficie y preguntó:

─¿Qué pasó que volvieron tan rápido?

─Casi me muero ─lo abracé y me sentí una tarada.

Amor de cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora