Jueves 24 de Septiembre de 2015
La madre de Alexander estaba de pie frente a él, en su rostro apenas se veían sus ojos, el resto de su cara estaba ensombrecida, abnegada bajo una oscuridad impenetrable, pero sus verdes ojos mudos, brillosos, rotos, se veían a la perfección; y lo herían, eran ojos llenos de miedo, vergüenza, y reproche. Detrás de su madre estaba su hermano mayor, su cara era una composición de asco, los brazos de aquel niño apenas unos años mayor que él no dejaban de temblar y de apuntar la cabeza del animal que Alexander llevaba colgando de su mano.
El animal en concreto era Silvestre, el gato de la familia, era negro completo, a excepción de su cola con la punta en blanco y sus patas que vestían calcetines del mismo blanco que la cola. Pero de eso ahora nada quedaba, más bien ya no había gato, más que aquella cabeza que había sido arrancada a la fuerza. Los ojos del animal estaban desorbitados y tenía las fauces abiertas dejando a relucir unos colmillos desgastados producto del paso del tiempo.
Alexander miraba a su madre y a su hermano perplejo, sin terminar de comprender sus miradas repletas de repudio, hartas de asco. No esperaba esa respuesta. Él había llegado llorando a ellos, con los brazos ensangrentados y las piernas llenas de heridas. Silvestre no se había ido sin antes batallar por su vida. Alexander esperaba consuelo en los brazos de su madre, una madre que siempre lo había comprendido, que siempre lo había querido, pero esta vez no había caricias, abrazos ni palabras que lo tranquilizaran.
—Eres un maldito monstruo—Le dijo su hermano. Su madre no le corrigió.
El chico de los brazos ensangrentados apretó la mandíbula buscando contener la ira que comenzaba a subir por su cuerpo, llegando a sus dedos, a sus malditos dedos sedientos de sangre, a sus dedos ansiosos de oír como su hermano chillaba mientras le ahorcaba.
—¡Púdrete! —Gritó Alexander en un reflujo de ira lanzándoles el gato a su madre y a su hermano, salpicándoles de sangre.
De pronto su madre y su hermano se habían esfumado junto con la cabeza de Silvestre. Estaba solo, en un túnel de oscuridad infinita, pero a lo lejos oía gritos de dolor y cánticos de macabra locura. Así comenzó a caminar, con calma y sin apurarse, buscando la procedencia de aquellos sonidos y con única compañía a su amiga noche, la noche más oscura que él haya visto jamás. Al poco andar comenzó a ver en la oscuridad, sombras más oscuras que aquella negra noche se movían en la distancia como llamas de fuego oscuro, y en el suelo, debajo de sus pies rastros de sangre color rojo carmesí comenzaron a guiar sus pasos.
Finalmente se encontró con una pared de ladrillos, en la que en un pequeño espacio estaba encajada una ventana por la cual asomó su cabeza, detrás de la pared pudo verse a sí mismo, a una versión suya veinte años más joven sentada en el suelo y rodeada de pedazos de vidrio roto. En su mano tenía uno de los trozos, un trozo largo y con afilada punta que pasaba por su piel, por sus brazos, por su abdomen, sus piernas y finalmente el rostro. Todo mientras sus gritos de dolor se mezclaban con infernales risotadas y palabras sin sentido que aullaba abrazando la soledad que le consumía. Alexander sentía arder su propio cuerpo mientras la versión más joven de él dibujaba usando como lápiz aquel trozo de vidrio y como lienzo su propia piel. Vio hasta que no aguantó más.
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Rastros de sangre
Mystery / ThrillerLocura. ¿Qué se supone que es? En serio, ¿Qué es? o quizás, ¿Quién?. Según la RAE es la privación del juicio del uso o de la razón, pero la RAE se equivoca. La locura es mi amiga. Mi mejor amiga, me dio la libertad que soñaba, la alegría que sol...