Como yo nadie te ha amado

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La veo alejarse mientras me debato en si ir o no tras de ella.

-No puedo seguir negándolo – digo cuando la volteo y junto nuestros labios.

En ese preciso instante una explosión de sensaciones estalló en mi boca. Ella se ha quedado estática y por un minuto no reacciona, entonces sus manos suben a mi pecho, no intenta alejarme, solo las sube. Nuestros labios se comienzan a mover a un lento y sabroso compás, como en los viejos tiempos, como cuando éramos Samantha y yo. Se mueven hacia arriba y hacia abajo, con ternura, con delicadeza. Nuestras lenguas danzan a los compas de una lenta y romántica canción, conociéndose, reconociéndose. Nuestros labios seguían encajando a la perfección, su boca sonríe en el preciso momento que yo lo hago. Nos separamos por la falta de aire pero seguíamos lo suficientemente cerca como para seguir saboreando el sabor de sus labios, de su aliento a menta que siempre ha sido tan adictivo.

Apoyo mi frente con la suya, sus ojos están cerrados y sé que en su interior está ocurriendo la más grande tormenta nunca antes vista, y es que conmigo pasaba lo mismo.

-esto no está bien – dice abriendo sus ojos, su tono de tristeza solo confirma que nuestros labios no deberían haberse vuelto a encontrar.

Humedezco mis labios. No sé qué decir y el saber que nuevamente se irá sólo provoca que mi garganta y labios se sequen.

Samantha se separa, iba a irse.
Se ha detenido solo a un metro. Entonces vuelve a sonreír y se lanza a mis brazos. La aprieto contra mi cuerpo. –Sácame de aquí – susurra apretándome fuertemente.

Eso fue suficiente para mí.

Llame a Richie y pedí su auto.

-Yo me encargo de todo – dice entregándome sus llaves. Lo abrazo en agradecimiento, y me marcho hacia el auto.

Sabía muy bien a donde llevarla. Conduje durante algunas horas hasta llegar a nuestro destino.

-¿lo recuerdas? – digo abriendo la puerta de aquella vieja cabaña.

Ella sonríe mientras pasa su mano por las paredes – cada rincón – susurra.

Tiro mi abrigo en el sofá mientras busco algunas velas.

-Las luces están malas, pretendo arreglarla – digo mientras enciendo una vela.

Ella me mira - ¿es tuya? – dice sorprendida.

-sí, la compre luego de nuestro tercer disco. – respondo.

Ella muerde su labio.

-Esta algo abandonada, hace tiempo no venia – confieso llevando las velas hacia ella – un año si soy exacto –encogí mis hombros – vine aquí antes de casarme con Dorothea

Tenía un sofá frente a sus narices pero como siempre prefería el piso, y fue ahí donde se sentó.

-iré por algo de leña – digo saliendo.

También necesitaba pensar. Pero seguramente era lo menos que estaba haciendo en estos momentos.

-tengo todos tus discos, Jon. Los originales – dice rompiendo el silencio mientras nos calentábamos cerca del fuego. – siempre me encargaba de comprarlos a penas salían

Sonrío por su confesión. Las llamas del fuego alumbraban su rostro y la hacían parecer tierna y hermosa ante aquella confesión.

-¿tus canciones favoritas? – pregunto. Queriendo saber si los escuchaba.

Ella sonríe mirándome – las que iban dedicadas a mi – responde.

-ninguna iba dedicada a ti – contesto intentando no reír.

Una historia, muchas cancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora