Noveno deseo

357 56 30
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


El cuento para dormir no era en realidad para dormir. Se trataba solamente de yo leyéndole sentado en la silla mientras ella hacía figuritas de papel en la cama. Ni siquiera le leía directamente de algún libro, había descargado los cuentos en mi celular.

Ella eligió tres: el del patito feo, Cenicienta y Rapunzel.

No estaba muy animado por la idea, sobre todo porque aquel día mi madre me había regañado —de nuevo— por estar saliendo sin permiso. Yo le dije que estaba ayudando un poco en el hospital —cosa que no era una mentira en sí— y al parecer logró calmarse con ello, pero aun así me dio miles de advertencias antes de salir.

Los cuentos los conocía, claro. Cuando comencé a leer el primero, el del patito feo, ella me interrumpió.

—No, no. Métete en la historia, habla como si fueras un pato sufriendo —dijo, sentándose en modo indio sobre la cama, señalándome con una mariposa de papel.

—¿Cómo diablos habla un pato sufriendo?

—No lo sé, sorpréndeme —contestó, encogiéndose de hombros.

Yo suspiré y luego tomé aire. Me llevé una mano a la nariz y comencé a relatar desde el principio, haciendo una voz chillona y moviendo la otra mano como si de verdad estuviera siendo rechazado y criticado por mi mamá y hermanos patos.

Joy solo sonreía entretenida. Cada ciertos minutos cambiaba de posición, primero tirada de espaldas en la cama, con el pelo cayendo en una esquina de esta. Luego acostada boca abajo como si fuera una estrella de mar. En ocasiones daba vueltas enredándose con las sabanas hasta chocar con el respaldar, y a veces simplemente se quedaba sentada como una persona normal, observándome leer.

Cuando terminé los tres cuentos, Joy ya estaba dormida. Al final sí habían sido para dormir. Quedó en una extraña posición, con la cabeza cayendo por el borde de la cama, un brazo y una pierna fuera y los otros dos adentro. Con mucho cuidado, la acomodé bien porque si se quedaba así despertaría con dolor en el cuello. La acobijé y después acaricié su mejilla, sorprendido por la calma que expresaba su rostro pálido.

Pálido. Estaba más pálida que antes.

Dejé un suave beso en su frente y me marché del hospital siendo ya de noche, como siempre, con una desagradable sensación en la base del estomago.

La lista de deseos de JoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora