Undécimo deseo

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Cuando finalmente decidí armarme de valor para volver al hospital había pasado una semana. Hasta entonces no me había percatado de lo cobarde que era, el simple pensamiento de encontrarme con Joy me hacía dudar y por ello tardé tanto en tomar la resolución de ir después de clases a visitarla.

Llegué al hospital y firmé como siempre la lista de visitantes. Las recepcionistas ya me conocían como "El chico que visitaba a Joy". Por algún motivo, todos conocían a Joy, de seguro se debía a su personalidad tan llamativa.

Estaba pensando con seriedad qué le diría en cuanto la viera, qué excusa le daría.

"Hola, lamento no haber venido antes, mi perro se comió mi tarea y estuve en detención por varios días".

No, no. Primero, no tenía perro. Y segundo, yo no hacía las tareas.

Debía ser sincero con ella, confesarle mis inquietudes y que me las aclarara de una buena vez. Quería respuestas aquí y ahora.

Sin embargo, mis planes se fueron al caño cuando entré a la habitación de Joy y ella no estaba. La cama estaba hecha con pulcritud y orden, no había rastro de sus hojas con forma de animales tiradas en el suelo ni de paquetes de papitas fritas o botellas de gaseosa vacías.

La verdad no recuerdo qué sentí en aquel momento. Me quedé de pie durante unos minutos, intentando asimilar la imagen del cuarto vacío —en ese instante sentí un dolor en el pecho—. Después reaccioné y salí corriendo por el pasillo, buscando con la mirada su melena castaña ondeando como siempre —allí sentí desesperación—. Le pregunté a las enfermeras y no pudieron darme información alguna —el enojo comenzó a bullir dentro de mí— y finalmente me asomé por los ventanales que daban hacia el jardín con el pensamiento de comenzar a gritar y llorar si era necesario con tal de encontrarla.

Pero no lo fue. Porque ahí estaba ella. Caminaba por el jardín al lado de dos niños, ella al parecer les contaba una historia mientras señalaba el enorme árbol que estaba en el centro. Sus ademanes y gestos eran igual de expresivos y de alguna manera al verla todas las sensaciones de antes se esfumaron, dejando en mi interior una paz y alegría indescriptibles.

—¡Joy! —grité su nombre. Ella giró su rostro en mi dirección, sorprendida al verme. Luego sonrió y, maldita sea, su sonrisa era la respuesta a todas las dudas que tenía—. ¿Cuál es tu siguiente deseo, Joy?

Ella no contestó por un segundo. Los niños también me contemplaban con curiosidad, mas yo solo tenía ojos para la chica de los deseos que me tenía completamente en sus manos.

—Ven conmigo.

Y así lo hice. Bajé apresurado todas las escaleras que me faltaban y cuando llegué al jardín lo único que hice fue correr hacia ella.

La abracé. Aspiré su aroma. Acaricié su cabello y sus mejillas calientes. La apreté contra mí intentando decirle todo lo que no era capaz de ponerlo en palabras. Y ella lo entendió porque correspondió mi abrazo y nada más hizo falta.

La lista de deseos de JoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora