Decimonoveno deseo

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Después de aquello nos limitamos a sentarnos en la azotea y a hablar. Joy actuó como si en ningún momento hubiera llorado y expuesto frente a mí una nueva faceta de sí misma.

El confeti fue usado por Joy, quien en cuanto nos pusimos los anillos, comenzó a lanzarlos al aire mientras daba saltos. Saltos de un centímetro que parecían querer llegar al cielo.

Yo saqué de la mochila dos Pepsi que había comprado en el camino y antes de tomarlas dimos un brindis.

—Por nosotros —dije yo.

—Por la vida —dijo Joy, sonriendo.

—Por el presente.

—Y por el futuro —terminó Joy.

Ahora que pienso en ello, esas últimas palabras de Joy tal vez fueron el indicativo de lo que pasaría después. Claramente no podría descifrarlo del todo porque en ese instante me sentía dentro de una burbuja de felicidad.

Una felicidad que estaba en mis manos, pero que días después se esfumó como si nunca hubiera existido.

Ese día, después de charlas eternas sobre temas casuales, nos marchamos de la azotea con las manos entrelazadas. Joy debía ir a su cuarto del hospital antes de que la enfermera pasara a revisarla. Yo tenía que ir a casa antes de que mamá llamara a la policía por su hijo desaparecido. Le había avisado que llegaría tarde, pero mi madre era algo paranoica. O una buena madre, quizás.

Cuando llegamos a su habitación, Joy fue a acostarse. Ahora que me fijaba bien, su rostro estaba más pálido y tenía ojos cansados. Supuse que se debía a que había pasado su hora de dormir.

La arropé con cuidado, alejando de su rostro algunos de los mechones de cabello que la rodeaban. Dejé mi mano en su mejilla, mirándola con ternura.

Joy apoyó su mano en la mía. La suya estaba fría, contrarrestando claramente con la calidez que sentía.

—¿Cuál será tu próximo deseo? —pregunté en voz baja, inclinándome hacia ella.

Ella sonrió con los ojos cerrados, sus largas pestañas dándole una apariencia un tanto infantil, junto a esas diminutas pecas que inundaban su naricita.

—¿Puedo pedir lo que sea? —susurró, adormilada.

Pasé un dedo por sus labios resecos, dibujando la línea superior con delicadeza.

—¿Te has olvidado? Yo puedo cumplir lo que sea que pidas —alardeé solo para hacerla reír y sonreí en cuanto lo logré.

Me agaché hasta la altura de sus labios, rozándolos con los míos. Cuando habló, en un tono tan bajo que pareció más el fantasma de un susurro, por primera vez en mucho tiempo sentí miedo.

—Si quieres, olvídame.

Quise replicar, interrumpirla, zarandearla de los hombros y preguntarle qué demonios significaba aquello, pero en cuanto pronunció las palabras el sueño la dominó y cayó dormida frente a mí.

Me alejé un poco con el ceño fruncido. Puse un dedo debajo de su nariz para sentir su respiración y estuve aliviado.

Y me enojé más por eso. Porque en realidad no sabía por qué sentirme aliviado. 


***


N/A: Por si no se entiende, lo que Robbie quiere decir ahí es que no sabe cuál es la enfermedad de Joy y por ello no sabe por qué cosa sentirse aliviado.


La lista de deseos de JoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora