Capítulo IX

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Luego de una noche tan agitada, llena de pesadillas donde Sara aparecía y desaparecía, donde tocaba mi piel nuevamente con sus delicados dedos pero en una tina de agua tibia, para luego verla destrozada en un gran charco de sangre, despedazada en brazos, piernas y cabeza; me decidí por salir al jardín por la tarde para despejarme un poco.

A unos metros vi a Isabell sentada en el césped, como siempre. Tenía una postura recta y arrancaba algunas hojas con sus grandes manos. Su mirada estaba perdida, pero la de todos en ese lugar era igual, por lo que decidí acercarme a ella. Con cuidado me senté frente a la mujer. Hacía varios días había sido su terapia de choque, y quería saber si en ella había funcionado mejor que en mí. 

—Hola Isabell— dije de forma amable y amistosa.

Lo que pasó a continuación no lo esperaba para nada. La mano de Juana me cruzó el rostro de una forma tan fuerte y rápida que terminé tumbado de lado en el césped. Me quedé allí unos segundos, confundido y desorientado, mientras llevaba una mano a mi mejilla para calmar el dolor que había causado la pesada cachetada de la mujer. Gracias a Dios el baño había aplacado las voces, sino hubiera aplaudido y vitoreado.

—¡Dejad de llamarme de esa forma! ¡Soy Juana de Arco y mataré a quien me falte el respeto!

Miré a mi alrededor, y pude ver a lo lejos como un par de enfermeras hablaban en voz baja mientras nos miraban, una de ellas se apartó y entró en el edificio de forma rápida, la otra dudó si acercarse o no. No me olía nada bien.

—Lo sé señora, por favor, disculpe mi falta de respeto...— dije, con la esperanza de que aquella mujer se calmara.

—Si tuviera mi espada, ya lo hubiera decapitado con ella.

Poco a poco, me incorporé hasta sentarme de nuevo, alcé las manos a modo de rendición y pude ver como ella calmaba un poco su postura.

—Por favor, perdone el atrevimiento de este estúpido seguidor de Dios.

—¿Cree en Dios?

—Por supuesto que lo hago señora, y sé que usted podrá salvarnos a todos.

Juana se relajó al punto de que una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Estiró una de sus manos y la apoyó en mi hombro, lo tomé como una disculpa, aunque estaba seguro de que solo me estaba dando su aprobación por mis "creencias". Miré sobre mi hombro libre y vi a una de las enfermeras acercarse con un ayudante, evidentemente, este era del ala este.

—¿Algún problema?—dijo el hombre, o mejor dicho, la bestia esa.

—No señor, solo estábamos jugando con Juana.

—Planeamos rescatar Francia—agregó la mujer, con su mirada fría en el hombre.

Este dudó un momento, pero luego soltó un bufido y se alejó de nosotros. La enfermera se quedó observándonos.

—Juana, si golpea a la gente, la llevarán a un lugar horrible— murmuré algo apresurado, no quería que la llevaran al ala este, donde la máxima seguridad vuelve más loco al paciente.

—Jack, ya estoy en un lugar horrible.

Juana se levantó del césped y se alejó de mí. Por un momento sus palabras se clavaron en mi pecho como un puñal. Ella tenía razón, ya estábamos en un lugar horrible y no había mucho que pudiéramos hacer para ya no estarlo.

De repente alguien apoyó sus manos en mis hombros. Al estar en un manicomio, mi primera reacción fue sobresaltarme y darme la vuelta con algo de violencia. Pero al ver el rostro de Sara a escasos centímetros del mío, logró que me relajara casi con la misma rapidez.

Century [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora