Capítulo XII

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Los gritos se escuchaban posiblemente por todo el hospital. Algo alarmado, mientras las voces me gritaban que huyera, me puse de pie para saber qué ocurría, casi había saltado de mi propia cama. Todos los pacientes estaban sentados en sus camas algo confundidos y desorientados, más que nada, atormentados por escuchar esos gritos en medio de una noche tan cerrada. Es difícil de explicar, pero fue casi como si la garganta del mismísimo diablo se rasgara. 

A dos camas de distancia estaba Christian, quien era el que otorgaba esos gritos de espanto al cuarto. A los lados de su cama había dos guardias del ala este que lo sujetaban e intentaban atarlo a una silla de ruedas. Los hombres emitían gruñidos por el esfuerzo, pero no hablaban entre ellos. Supe al instante que los habían mandado específicamente por él y no que solo ayudaban en una crisis. 

Era la primera vez que Christian emitía un ruido desde su interior, y hubiera preferido que no lo hiciera. Sus gritos estaban desgarrando mis oídos al igual que su propia garganta. Y por alguna extraña razón, me apiadé de mi compañero. No era más que un pobre muchacho que había caído en el lugar menos indicado, y estaba seguro que era el de menor edad en todo el hospital. Ya de pie me acerqué a la enfermera que nos "cuidaba" esta noche mientras nosotros dormíamos.

—¿Qué ocurre Helen?— mi voz sonó alterada, su mirada también lo estaba.

*Los van a matar a todos.*

—Se lo llevan a una terapia, señor Flin. Ya sabe cómo funciona esto. Ese muchacho no debería estar haciendo tanto escándalo.

—¿Qué terapia le toca a Christian?

—Lobotomía, según su informe.

Fruncí el ceño al escuchar a Helen y no me detuve a responderle. Corrí hasta la cama de mi compañero, quise apartar a uno de los guardias, pero este me empujó desde el pecho con una de sus manazas y me tiró con mucha facilidad al suelo. El golpe fue en mi espalda y pude sentir el frío y duro suelo impactar contra mi cuerpo. Un gemido de dolor escapó de mis labios.

—¡Oiga!¡Debe haber un error señor!—grité mientras volvía a ponerme de pie con dificultad, recuperando el aliento.

Ellos me ignoraron, Christian continuó gritando con desesperación mientras pataleaba, y ya gran parte del dormitorio se estaba volviendo un caos, con un montón de pacientes alterados y aterrados. Algunos gritaban desde sus camas, otros se habían levantado y deambulaban sin sentido, mientras se cubrían los oídos y lloraban como niños.

*Es tu momento, mátalos a todos.*

*Deja que se lo lleven.*

*Clava tú el picahielos en sus ojos.*

*Así lo curarías.*

Ignoré las voces y volví a la carga contra los guardias, tratando de que apartaran sus enormes brazos de mi compañero. El joven, con su cara de niño, no dejaba de gritar aterrado, moviéndose con locura de un lado para otro, con sus ojos desorbitados. En un momento, se enfocó en mi mirada y pude ver como me gritaba que lo auxiliara. Yo era su único amigo.

—¡Por favor!¡Van a dañarlo!

Mis gritos acompañaron a los de Christian, pero uno de los guardias me miró sobre su ancho hombro y frunció el ceño de una manera que me dejó de piedra. Es difícil lidiar con alguien de ese tamaño, siendo uno tan delgado como lo era yo en ese entonces. Cuanto más loco está uno, más se deteriora su cuerpo.

—Si no nos deja hacer nuestro trabajo, juro por la Virgen que usted será el que sigue— gruñó ese hombre.

*Mátalo Jack, está dañando a tu amiguito.*

—Señor, hubo un error, Christian es un buen chico, no necesita de grandes terapias, solo baños de agua fría.

—¿Usted va a decirme cómo hacer mi trabajo?—replicó el orangután mientras apretaba sus dedos en el fino brazo del paciente.

—No señor, solo déjeme hablar con el doctor Barelli.

—Él nos manda, ahora hágase a un lado.

Dicho eso último, lograron atar a mi compañero a la silla de ruedas y con un poco de dificultad lo trasladaron fuera del cuarto. Él seguía gritando con fuerza, mientras me buscaba con su mirada como si yo fuera su salvador, pero yo no sabía qué hacer.

Yo me quedé un momento como una piedra, por algunos momentos había llegado a pensar que Barelli solo era un buen hombre que intentaba hacer su trabajo. Ahora sabía, mejor dicho, me quedaba claro que en realidad era un monstruo.


Dos días después, lo vimos. Daba un paseo por el jardín de Century cuando vi a Christian sentado en el césped. Me acerqué a él, caminando a paso rápido para no llamar la atención, y me senté justo en frente para poder verlo.

Su rostro estaba bastante inexpresivo, como solía serlo siempre que estaba con cualquiera de nosotros. Pero al mirar sus ojos... ese era otro tema. Su mirada irradiaba un odio absoluto hacia algo que no podíamos ver, pero estaba como ausente, como si no viera nada en realidad, supuse que era algo dentro de su cabeza, pero por un momento sentí miedo de él, de alguien tan joven...

—¿Christian?—murmuré pasando mi mano frente a sus ojos.

*¿Te apiadas de un loco? Quizás tenemos suerte y te asesine con todo ese odio.*

Ni siquiera se inmutó, se quedó allí sentado, mirando con desprecio a la nada misma, con sus labios sellados y los ojos cristalinos. Apoyé mi mano en su hombro, supuse que estaría a la defensiva, pero nuevamente ni siquiera se movió. Parecía que no respiraba siquiera, era como un muerto petrificado, con la mirada cargada de odio.

—Déjalo Jack... él no te escucha, y si lo hiciera, no le importaría.

Miré sobre mi hombro y pude ver la pena en los ojos de Sara, estaba a solo un par de pasos, pero miraba la escena con sus manos en el pecho, realmente dolorida por la situación.

—Sara, yo no puedo dejarlo aquí nada más.

*Deberías, o mátalo para acabar con su dolor.*

—Jack, él no siente nada... Está muerto en vida.

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¡Bien! debo decirles que se vienen cosas feas, espero que les haya gustado el capítulo y se pueda entender lo que causa la lobotomía ¿les gusta el camino que se está tomando? ¿Jack podrá ser un héroe en algún momento? :o recuerden que si les gustó me pueden dejar una estrellita y su opinión, siempre los leo y les respondo♥

~Mariana Sardanelli ♥~

Century [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora