3.

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SEBASTIÁN:

Me vestí con uno de mis tantos trajes negros Armani, una camisa de botones gris y una corbata negra. De camino a la casa de mi suegro había realizado una parada en una floristería para comprar un detalle. Ya iba tarde, gracias a la encargada que no paraba de hacerme preguntas con respecto a las mujeres que recibirían el regalo, como cuál es su aroma y color favorito, si era una mujer sencilla o exótica, dulce o egocéntrica. Y yo sin saber que decir. Al final había contestado que eran dos mujeres diferentes, literalmente describiéndolas como agua y fuego, y haciendo un apunte mental para preguntarle ese tipo de cosas a Eline para el futuro.

Finalmente la dependienta me entregó dos ramos, uno de lirios blancos para mi futura esposa y otro de rosas rojas para mi muy probable desagradable cuñada, aunque aún guardaba una pequeña esperanza de que se pareciera al menos un poco a Eline, que aunque no la conociera del todo me había dado cuenta de su gran inocencia. Ella se había mostrado más que amable conmigo a pesar de estar siendo forzada a casarse y eso la destrozara cada vez que nos cruzábamos, razón por la que quería dejarle claros los términos de nuestro matrimonio. Estos no incluían fidelidad ni afecto de ningún tipo. Lo máximo que le podía ofrecer era el cariño de una amistad basada en la convivencia, no quería que se lastimara haciéndose falsas ilusiones

Aparqué mi coche en la entrada de la lujosa mansión y me bajé con ambos ramos de flores, me acerqué a la gran puerta y toque el timbre. Una pequeña mujer de pelo canoso y ojos grises usando un uniforme de servicio me abrió ofreciéndome una sonrisa que contradecía todo lo que decían sus ojos. Para ella era el Diablo o peor.

—Pase, por favor, la señorita Eline y su padre lo están esperando en el recibidor. —La mujer se hizo a un lado y me permitió el paso.

Sentados en un sofá blanco estaban conversando o, más bien, exigiendo y asintiendo, Eline y su padre. Ella estaba con un dulce vestido amarillo pastel que resaltaba su cabello negro completamente liso heredado de su padre.

—Buenas noches —dijeron ambos cuando me notaron, una con una sonrisa forzada y el otro con satisfacción

—Al fin llegas y con flores, además —dijo él señalándolas.

—Hice una parada en el camino. Toma, son para ti.

Le entregué el ramo de lirios y ella sonrió con una extraña emoción en sus ojos, ¿esperanza?

Tal vez no fue buena idea.

—¿Dónde está tu hermana, Eline? —le preguntó impacientemente su padre, haciéndome querer apuñalarlo. Odiaba cuando le hablaba así—. Ya vamos a cenar.

—Está en los establos —contestó bajando la mirada al suelo.

Maldito cabrón.

—Búscala —le ordenó con indiferencia, naturalidad.

Esa fue la gota que derramó el jodido vaso.

—Yo voy —intervine.

Salí por la puerta trasera para atravesar el inmenso jardín a grande zancadas en busca de mi cuñada sin quedarme a esperar una respuesta. Nunca antes había venido a esta parte de la casa, pero me dejé guiar por la lógica y me acerqué a un racho de madera desde dónde provenían sonidos rechinantes. Dentro por lo menos había unos diez caballos.

Fruncí el ceño.

Nunca me hubiera imaginado a Christian como amante de los animales. Es un cabrón ignorante de cualquier belleza, no la reconocería ni aunque se personificara ante él.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora