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SEBASTIÁN:

Terminé de vestirme y fui rumbo a mi desahogo.

Me estacioné al otro lado de la calle, pegado a la acera de un edificio de tres pisos que quedaba al frente de un reconocido café. Salí del auto y me apoyé en la pared de ladrillos. Ya que no tenía nada más que hacer me quede admirando la belleza del césped. Pasaron quince minutos, la mujer no bajaba y creo que, si cerraba los ojos, en vez de negro vería verde.

¿Por qué no se apresuraba? ¿A caso tanto tardaba ponerse un vestido que parecía más bien un tapa rabos? Aunque realmente no me gustaba como iba vestida, no era mi problema. La verdad era que siempre y cuando me dé un polvo no me importa si anda desnuda por la calle.

Con ella todo era tan diferente a las cosas con Elena, que siempre estaba puntual, pero se tomaba sus tiempo, vistiéndose con ropa que la hacía verse dulce, elegante y sexy a la vez y que a mí me ponía de nervios. La pelirroja, por el contrario, usaba prendas caras y diminutas que a mí gusto parecían un tanto obscenas para una mujer.

Impaciente, me acerqué al timbre y toqué otra vez. Odiaba esta calle porque estaba llena de gente desagradable y superficial. En mi edificio también había unos cuantos de ese tipo, pero ya los conocía desde hacía tiempo y tenía la ventaja de tener un piso para mí solo. Nadie se metía en mis asuntos y viceversa. Pero aquí hasta las paredes tenían oídos y la gente chismosa especulaba demasiado. ¡Joder! Si no se apuraba comenzarían a especular y Elena me mataría si en alguna revista salía un titular de tipo: Sebastián Broke engaña a su Prometida.

Para evitar cosas como esta prefería ver a las mujeres en mi apartamento, pero debido a que ahora no vivía solo y por respeto a Elena, no se podía. Lo mejor era yo ir a sus casa y no que ella fuesen a la nuestra, aunque no entendía por qué me tomaba tantas molestias cuando la misma Elena tenía su propio amante y no se avergonzaba en llamarlo en nuestra casa y decirle cosas como te extraño tanto y te quiero en nuestra sala.

Nos vemos dentro de tres días, había dicho. Eso quería decir que tenía tiempo para evitar que ella se fuese. La convencería de quedarse conmigo así tuviese que atarla al cabecero de la cama y quedarme como su guardia y niñero personal a tiempo completo, día y noche. No iba a permitir que viajara de un país a otro solamente para poder revolcarse con el puto Vicente. ¿Qué tenía ese hombre? ¿Y si la satisface más que yo?

No, no puede ser...

¿Por qué me torturo así cuando era más que obvio que la rubia le había encantado igual o más que a mí? Lo sabía por los gemidos, jadeos y suplicas que escapaban de sus sensuales labios entreabiertos cada vez que me adentraba en ella profundamente. Mierda, ya se me había puesto dura y ni siquiera lo había pensado con esos fines.

Lo que me hacía esa mujer...

Temía, temía que aquel hombre le hiciera sentir mejor que yo y no sabía porque, pero también temía que ella lo amase a él. Lo único que me mantenía cuerdo en estos momentos era saber que sería esposa y no de él. Y eso solo me decía que el sujeto no le importa tanto, porque si le importara no ligaría su vida a la mía y mucho menos me pediría un bebé. Si lo amaba, ¿por qué no se casaba con él y tiene un hijo de él? A diferencia de Eline, a ella nadie la obligó a tenerme como marido.

Porque no lo ama o es lo suficientemente buena para dejar su felicidad a un lado y salvar a su hermana. Mi corazón se encogió dolorosamente ante esa idea, no quería que fuera verdad pero había una pequeña posibilidad.

La chica amable del día anterior que inconscientemente convirtió una velada amarga en una divertida cena, la que tomé en brazos mientras ella se veía completamente tierna y vulnerable en ellos, la que me exigió sin miramientos un hijo para después darme el completo permiso de sumergirme en su ambrosía y depositar mi semilla en su interior... ¿Sería todo un chiste? ¿Sería infeliz conmigo? ¿Me tendría lastima? ¿Espera que me vuelva completamente adicto a ella para vengarse cruelmente?

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora