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SEBASTIÁN:

El par de días que nos quedaban en Grecia se fueron volando. Creo que fue por el hecho de estar pasándolo bien. No era el fan número uno de la idea de ser un voluntario de la caridad cuando tenía un imperio que manejar, pero estar junto a Elena me hizo apreciar un poco más el poder hacer una diferencia sencilla, sin dinero de por medio, valorada enormemente. ¿Quién diría que lanzar un balón y nadar con unos cuantos niños pondría esa expresión de gratitud en el rostro de sus padres? Cuando fue el día de irnos, necesitaba que regresáramos a Nueva York lo antes posible y que iniciáramos el control de nuestro bebé con el mejor médico, casi lo lamenté. Sobre todo por Joshua. No queríamos dejarlo, pero ya las monjas estaban esperándolo en el hospital para que volviera con ellas al orfanato. Elena había durado alrededor de una hora despidiéndose de él antes de ser capaz de subirlo al autobús, más treinta minutos dentro de él antes de ser capaz de separársele.

─Elena, no ─le dije cuando salimos de la cabaña e hizo ademán de coger su maleta del suelo. Mi mujer embarazada no podía hacer ese tipo de cosas─. Yo me encargo, preciosa.

Tomándola, me apresuré a llevarla al estacionamiento antes de que pudiera protestar de alguna manera. En el camino me topé con los ojos del maldito con el que la encontré cuando llegué, pero no le presté demasiada atención. Con mi bebé dentro de ella no quedaba ninguna duda de a quién pertenecía.

─Bueno, compañero, fue un placer conocerte. ─Vicente, el amigo de Elena, se encontraba apoyado en la puerta de una Hummer cuando llegué. Iba vestido casualmente, por fortuna, usando una bata blanca como complemento de su atuendo─. No eres exactamente como pensé que serías, lo cual me alegra. Esperaba tener que lidiar con un idiota... bueno, con un idiota peor que tú.

Apreté su mano una vez terminé con el equipaje.

─Fue un placer conocerte también.

─Espero que nos podamos reunir pronto y conocer mejor. ─Afirmó cruzándose de brazos─. No sé si Elena te lo comentó, pero puede que pronto los visite. Apliqué para un trabajo allá. ─Mi frente se frunció. Elena no me había comentado nada─. Nora y ella son mi familia. Sin ellas aquí mi vida es aburrida. Además, creo que he dado todo lo que he podido dar aquí. El hospital estará bien sin mí.

─¿Nora se quedará en Estados Unidos de manera permanente?

─¿No te lo dijo?

Separé los labios para responder, pero la aparición de Elena con la mencionada me interrumpió. Mi chica lucía con los ojos llorosos, encorvada sobre sí misma, para nada el tanque de guerra al que estaba acostumbrado. Cerré el maletero y me giré para abrazarla. Elena se sumergió en mis brazos como si fuera su maldito salvavidas. Inhalé el aroma de su cabello unas cuantas veces antes de tomarla por los hombros y alejarla de mí lo suficiente como para tener un vistazo de su linda cara invadida por la tristeza.

─Elena, ¿estás bien? ¿Qué sucede?

─No soporto ver cómo se lo llevan ─respondió, lo que entendí a la perfección sin que tuviera que dar más explicaciones─. Lo extrañaré mucho. Nos encariñamos mucho con él. Tú también lo harás, ¿no?

Afirmé. Tenía razón. Incluso yo me había encariñado con el chico que me miraba como una ardilla rabiosa por estar cerca de Elena. Ni siquiera podía imaginar lo mal que debía estarlo pasando ella que llevaba más días que yo con él teniendo un corazón mucho más noble que el mío. Asentí en su dirección y la abracé un poco más antes de apartarla del todo. Saqué mi teléfono cuando estuve lejos de ella y maqué el número de William. Él respondió al tercer timbre, cuando ya me estaba desesperando.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora