28.

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SEBASTIÁN:

El enojo que sentí después de que Christian llegara y abriera la boca, anulando nuestro compromiso, me llenó de asfixiante necesidad de colocar distancia entre Elena y yo. No se trataba de no poder verla, verla, tocarla y abrazarla era lo que más quería en el mundo, sino de no causarle daño con la ira que recorría mis venas. En ese momento no confiaba en mí mismo de ninguna manera, por lo que no podía asegurar que al estallar no saldría lastimada. Me levanté abruptamente ante la inquisitiva mirada de Joshua, dirigiéndome al balcón para tomar mi ropa.

Elena seguía en el baño para cuando estuve vestido y Joshua había vuelto a dormirse, así que no hubo nada que me detuviera al momento de marcharme en dirección al estacionamiento y entrar en el auto de alquiler. Estaba jugando con la palanca para arrancar cuando un toque en el cristal de la ventana me hizo detenerme.

─¿A dónde crees que vas?

─Necesito emborracharme ─le respondí a Nora entre dientes.

─¿Las cosas no fueron bien entre Elena y tú?

Mi garganta se comprimió, pero aún así las palabras salieron.

─Fueron perfectas.

Unió sus cejas.

─¿Entonces?

─Estábamos bien, pero su padre vino y lo jodió diciendo que ya no quiere que nos casemos.

Nora unió aún más sus cejas.

─¿Qué problema tiene él jugando con el destino de las personas? Creo que ni siquiera el Dios católico en el que cree Elena es tan caprichoso ─soltó abrazandose a sí misma─. ¿Puedo acompañarte? Este no es precisamente mi lugar favorito. Odio acampar. No entiendo el placer que obtienen las personas desligándose de los avances tecnológicos de la humanidad.

Como probablemente necesitaría un chófer consciente después, asentí. Ella simplemente rodeó el auto y volvió al copiloto. Una vez estuvo dentro puse el motor en marcha y siguiendo las instrucciones de Nora nos dirigí a Galaxidi, una villa de pescadores bajo Delfos y el monte Parnaso. El pueblo era bastante impresionante. Consistía en casas posicionadas la una sobre la otra a los pies de una montaña, la cual se conectaba con el mar. Mientras manejaba por sus calles con Nora extrañamente silenciosa a mi lado, no podía evitar pensar en lo increíble que podría ser pasar unos días con Elena aquí. No en África. No en Nueva York. Aquí dónde podía verme a mí mismo siendo romántico alquilando una gran casa y llevándola a cenar en un restaurante diferente cada noche, a navegar, a recorrer el muelle o a echarle un vistazo al acuario que era anunciado desde kilómetros antes de llegar. El sitio se sentía tan silencioso que probablemente sería capaz de oír los latidos de su corazón.

─Bienvenido, señor. Estamos a dos horas de cerrar, así que lo mejor es que se emborrache rápido ─nos dijo el bartender cuando nos sentamos frente a la barra─. ¿Qué les doy de beber?

─Dos coñac, por favor.

Nora hizo una mueca.

─No. Un coñac y una botella de un litro de Tsars.

Alcé las cejas.

Se encogió de hombros.

─Le darás las gracias a la amada patria cuando se te acabe tu pequeño y estúpido trago de niño rico y tenga que compartir mi vodka contigo, por piedad.

El hombre, que observaba nuestro intercambio divertido, se marchó para traernos lo que pedimos. A Nora también le sirvió una copa con endulzante y una jarra de jugo que ella desechó con un agradecimiento, tomando el vodka directamente del vaso sin ningún tipo de añadido. La forma en la que su rostro permanecía inexpresivo al beber hacía que me estremeciera, pero empezamos a beber con una música cuyo ritmo no entendía de fondo. Probablemente algo tradicional. Además del licor, Nora pidió dos raciones de salchichas con papas rústicas en las que terminé metiendo la mano luego de mi cuarto coñac. Había pasado solo media hora desde que llegamos.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora