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ELENA:

Sebastián y yo nos conocimos gracias a que estuvo a punto de casarse con Eline, mi hermana, debido a un trato entre él y mi padre que iba en contra de sus deseos. Ya había estado enamorada antes, dicho amor me fue arrebatado y me calificaba como un muerto viviente en lo que se refería a ese aspecto, por lo que me comprometí en su lugar. Inicié esta guerra con Sebastián pensando que no tenía nada que perder o que ganar.

Había estado tan equivocada.

Sostuve el ramo elaborado por una de las monjas, era una cosita bonita hecha de flores de todos los colores que recogió del jardín, en mis manos con todas las fuerzas que mis dedos pudieron ejercer sobre él sin romper los tallos. El orfanato tenía un taller de música para los niños y un profesor lo bastante bueno como para interpretar la marcha nupcial en piano, por lo que la melodía se filtraba en mis oídos a medida que avanzaba por el espacio libre que dejaban los niños en el suelo. Ellos lanzaban pétalos tras mi espalda, a mi costado, a donde quiera que pasara.

Todos estaban vestidos de blanco a petición de la madre superiora, algunos de ellos sosteniendo ramos pequeños, rodeados por todo el equipo que se encargaba de hacer funcionar la casa hogar. Algunos de ellos lloraban viviendo el momento con nosotros sin conocernos, la historia de que hacíamos esto por Joshua conmoviéndolos. Nora estaba de pie junto al padre, un hombre mayor que autorizó a la madre superiora para que llevara a cabo la ceremonia, Sor Magdalena, Jonas y Sebastián. Ella era mi única dama de honor. Había tantas personas importantes para mí, empezando por el resto de mi familia, en la lista de los que no asistieron que probablemente podría hacer un pergamino con sus nombres. No me preocupaba por ello. Sebastián había dicho que luego tendríamos una boda. Le creía.

Mi corazón me decía que esto era lo correcto.

Aunque mis pisadas a medida que me acercaba a Sebastián se sentían más pesadas, como si mi cuerpo supiera que estaba a punto de colocar un peso extra sobre mis hombros, no había nada en la tierra que me hiciera cambiar de opinión. Creía que incluso caminaría hacia él con un tornado encima de nosotros. Nada me apartaría de su lado. Aún así tomé una fuerte bocanada de aire a medio camino para luego retomar el paso con más seguridad, recordando las razones por las que hacíamos esto de esta manera.

Ya no éramos una condición en un contrato.

Lo amaba.

Íbamos a tener un bebé y un hermoso niño griego que criar juntos.

Una familia. Un futuro.

Sin embargo, ¿él lo quería tanto como yo?

Me sentía mal por dudar a estas alturas del partido, pero no podía evitar pensar que estaba arrastrándolo a una situación en la que no se sentía cómodo. La respuesta a eso, sin embargo, llegó cuando Sor Magdalena terminó con el inicio de la ceremonia, anunciando los votos. Cuando ninguno de los dos habló sus cejas se alzaron y se aclaró la garganta un par de veces, pero aún así ni él ni yo hablamos hasta que Jonas le dio un empujoncito.

─Elena... ─empezó─. Lo siento. No sé qué decir.

─¿Qué mierda? ─gruñó Nora, ganándose malas miradas de las monjas y un regaño bajo de Magdalena.

Ignorándola, Sebastián acarició el interior de mi muñeca, mirándome con tanta intensidad en sus ojos azules que me estremecí.

─Lo siento, nena, no tengo las palabras correctas para describir mi incredulidad ─soltó─. Aún no puedo creer que esté en esta situación. Nunca pensé que sería merecedor de sentir lo que estoy sintiendo. Solo te puedo decir que sea lo que sea, porque no tengo cómo llamarlo, deja en ridículo la felicidad y que haré todo lo que esté en mi mano para atesorarlo cada día de mi vida. ─Su mano apretó la mía─. Te amo y me haces el hombre más feliz del mundo dándome la oportunidad de hacerte sentir lo mismo cada uno de los días de nuestra vida que creas que merezca compartir contigo.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora