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ELENA:

Unos fuertes brazos rodeaban mi cintura, ¿abrazándome? Y eso más la pesada y musculosa pierna sobre mi costado, no me permitían mover mi cuerpo adolorido. Aunque sabía que no quería hacerlo y permanecer ahí, entre sus brazos con ese delicioso y magnifico olor característico del hombre que hace no más de tres o cuatro horas me había llevado a un completo estado de gozo, dándome el mejor orgasmo de mi vida... cinco veces.

Seguía sin creerlo ¿Cómo había podido acostarme con él? No es que me arrepintiese, pero si antes era difícil no sentirme atraída a él, ahora estaba completamente perdida porque era solo recordar su desnudez, más su actitud salvaje y dominante, para que me sintiera necesitada y húmeda nuevamente.

¿Cómo pasó esto?

Apenas se había marchado César, Don más cabreado que nunca me había robado brutalmente un beso, abriéndose paso en mi boca violentamente y desasiéndome bajo su poder al sentir cómo sus labios forzaban los míos a darle acceso para explorar cada centímetro, haciéndome literalmente flotar y a la vez resistirme, sintiendo miedo de lo que pudiera pasar después.

Me confundió la forma en la que él mismo se contradecía gracias a la delicada manera en la sostuvo mi cara entre sus manos, enviando pequeñas descargas que calentaban mis mejillas. No me podía sacar de la mente lo tanto que me había gustado sentirle dentro y, de un momento a otro, me hallé a mí misma rindiéndome a sus encantos como otra de sus mujeres. Cayendo a sus pies y dejándolo manejarme a su antojo sin oponerme, e incluso besándolo con la misma brutalidad, ahogándome en él y solo en él. Y luego de ese beso tenía que reconocer que...

Nada más que él existió.

Todo el odio había desaparecido repentinamente, junto al rencor, la rabia y las inseguridades de esta semana, dejándonos solos y acompañados por pasión del momento y, muy a mi pesar, tenía que admitir que lo ocurrido anoche había sido épico.

Lo que no entendía era ¿por qué quererse acostar conmigo? Con su supuesta enemiga que lo odiaba a muerte, aunque su cuerpo me atrajera como un imán, teniendo a tantas mujeres guapas a su disposición que estarían más que encantadas de meterse en su cama.

Repentinamente tenía ganas de matarlas a todas.

¡¿Qué?!

Mierda, al parecer ahora tenía complejo de asesina.

Recorrí la habitación con la mirada en busca de un reloj hasta que finalmente encontré uno de agujas y circular colgado en la pared. ¡No! ¡Ya eran las ocho y tenía que estar en el hospital a las nueve! Desganada traté una y otra vez de escapar de aquella prisión de músculos y piel en la que inconscientemente me tenía atrapada, pero con esos patéticos intentos solo conseguía que su agarre sobre mí se tensara, apretándome más contra él y haciéndome temblar de pies a cabeza al sentir si su seductor aliento impactar en mi oreja. En una oportunidad estuve a un solo paso de salir de su red y el muy idiota me pasó una pierna por la cintura, literalmente aplastándome boca abajo contra el colchón. Aunque aquello me causara un poquito de gracia, no podía llegar tarde otra vez, por lo que empecé a empujarla para apartarla de mi espalda y conseguir mi libertad.

Dudé al darme cuenta que cada vez que la empujaba, esta aplicaba más presión sobre mí. ¿A caso estaba despierto?

Si, lo estaba.

¿Cómo no me di cuenta antes?

Ah, sí. Porque estaba batallando con una pierna que no tenía la culpa de pertenecer a un ser malvado. Un ser malvado con el que tuviste sexo anoche, me recordé.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora