ELENA:
Hice todo lo posible para escapar de la jaula de músculos y piel que me apresaba. A diferencia de mi mente, mi cuerpo traidor no dejaba de anhelar una nueva invasión. No podía soportar su masculino olor cítrico tan cerca, me ponía tan...
¡No! ¡No puedo caer en la tentación!
¡Él es mi enemigo!, me reñí.
Dejé mis forcejeos al darme cuenta de que la única forma de escapar era complaciendo al lunático con problemas de fantasías eróticas de dominación. A menos que por arte de magia mi padre llegase a la casa, Eline fuera a tomar un vaso de agua en la cocina o Marta saliera de donde fuese que estuviese metida, estaba jodida. Sabiendo que ninguna de esas cosas pasaría, dije:
—Es Xavier, un amigo. Estábamos montando a caballo.
Palpé cómo sus músculos se tensaban más, apretándome totalmente contra la pared y aplastando su cosa en mi dolorido cuerpo. No debió haberle gustado mucho mi respuesta.
Gemí otra vez.
—No has contestado del todo mi pregunta, bruja. ¿De qué conoces a ese tal Xavier? —soltó bruscamente.
Odiaba esa forma que tenía de mandarme, en la cual no me dejaba ninguna escapatoria además de complacerle. Me estremecí al sentir su fuerte respiración impactándome directamente en el sensible arco de mi cuello. ¿Cómo una corriente de viento, rica en dióxido de carbono, podía representar las mil y un promesas de placer oscuro?
Agradezco estar frente a la pared. Podría jurar que mi cara era todo un poema y sería un deleite para su ego. ¿Por qué quiere saber? ¿Qué le importa? ¿Por qué actúa así? ¿Por qué yo le respondía, en vez de gritar por ayuda? ¿Por qué a mi cuerpo le gusta tanto su comportamiento psicópata?
—Nos criamos juntos.
Se relajó notablemente con mis palabras y posteriormente se separó poco a poco para dejarme libre. Inconscientemente inhalé más profundamente de lo debido, en busca del aire que él mismo se había encargado de sacar de mis pulmones con su extraño e intenso comportamiento. Mierda, ¿qué clase de aromatizante con olor a hombre utiliza Marta?
Esta vez mi respuesta si pareció ser de su agrado, ironicé.
Con toda la rabia humanamente posible, me acerqué y le pegué una bofetada. El sonido producido por el choque de nuestras pieles se escuchó por toda la sala, concordando con el escozor de mi palma y la gran marca roja que se empezaba a formar en su mejilla. De una manera u otra él me había forzado a tener que dejar en evidencia lo mucho que me atraía su arrogante ser y la influencia que tenía sobre mi cuerpo. Eso no se lo perdonaría. El vil acto podía calificar en el top diez de formas más crueles de burla y humillación.
Bajé la mirada para evitar que fuera testigo de las lágrimas de frustración que escapaban de mis ojos. Lágrimas causadas por lo mucho que detestaba sentirme de aquella manera hacia él. Atraída como el hierro al imán. Incluso si el metal no quería, ahí estaba esa atracción física producto de los caprichos de la naturaleza. Cuando logré tranquilizarme segundos después, alcé la mirada y lo encontré un poco cabizbajo. ¿Estaba avergonzado por su conducta? No podía creerlo. Él y el mismo que me tuvo contra la pared debían ser diferentes.
—¿Ahora me vas a decir la razón de tu ataque? —le pregunté. Él solo negó con la cabeza e hizo ademán de irse. Oh, no. Eso iba va a pasar. ¡Qué cobarde! A centímetros de la puerta, lo cogí fuertemente por la hebilla de su pantalón y le obligué a darse la vuelta—. Esto no se va a quedar así, ¿entiendes?
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Amor condicional © (STAMFORD #1)
RomanceElena juró no volver a la ciudad en la creció, pero tras una llamada de auxilio de su pequeña hermana empaca todo lo de su amada Grecia que pueda llevar dentro en una maleta y se halla regresando. Sebastián nunca supo en lo que se metió cuando acept...