Capítulo 6

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Cuando te preguntan en qué estás pensando, muchas veces se responde que en nada, a pesar de que es mentira. Nadie deja de pensar, la mente humana no se detiene ni se queda en blanco. Siempre está dándole vueltas a algún problema o a alguna idea, incluso cuando parece estar quieta.

Nunca dejo de pensar. Puedo evadirme hasta cierto punto cuando estoy contando, jodiendo, o bebiendo, pero el resto del tiempo mis pensamientos son como un hámster en una rueda, dan vueltas sin parar sin llegar a ningún sitio.

Blaine me conoce mejor que nadie, y entiende lo que me pasa. Por eso me envía paquetes llenos de cómics y de bombones caros, y postales que contienen frases edificantes. Sabe que sus regalos no van a cambiarme, pero me los envía porque así se siente mejor. Nunca he protestado, me gustan los cómics divertidos y los bombones caros. Yo le envío cestas de fruta, loción corporal, y vales para restaurantes. Es nuestra forma de cuidar el uno del otro, teniendo en cuenta que no vivimos lo bastante cerca como para hacerlo en persona.

—Le han traído un paquete —Gavin debía de estar esperando a que llegara de trabajar, porque abrió la puerta de su casa en cuanto yo puse un pie en los escalones de mi porche. —He firmado por usted, espero que no le importe.

—Claro que no, gracias. Anda, tráelo.

Cuando entramos en mi casa, colgué el abrigo y el bolso en el perchero. El paquete que me había enviado Blaine era pequeño y cuadrado. Lo dejé sobre la mesa de la cocina, y fui a cambiarme de ropa.

Gavin ya había empezado a abrir las latas de pintura que yo había colocado a lo largo de la pared. Había optado por el color blanco, no quería nada extremado. El guardasilla iba a ser de caoba, para que conjuntara con los muebles que había comprado en una subasta. Empecé a abrir el paquete, y le pregunté:

—¿Qué tal te fue en el museo?

—Fatal.

No le pregunté nada más. Desenvolví la caja, y la sacudí un poco; al ver que no sonaba nada, supuse que contenía revistas, Blaine solía acumular revistas del corazón, y me las enviaba con anotaciones suyas en los márgenes.

En el interior de la caja había una libreta. La tapa dura en blanco y negro estaba desgastada y un poco doblada, pero al margen de eso, parecía estar en buen estado. La acaricié con la punta de los dedos. Coloqué la libreta sobre la palma de mi mano, y vi cómo se sacudía bajo el temblor que me atenazaba.

Las aventuras de la princesa Armonía.

Érase una vez una princesa llamada Armonía. Tenía el pelo rubio, largo y rizado, y unos ojos tan azules, que el cielo le tenía envidia. La princesa Armonía vivía en un castillo con su mascota, el unicornio Único.

La princesa Armonía... hacía años que no me acordaba de ella, pero allí estaba, en mis manos, aunque el paso del tiempo había nublado el recuerdo de su historia en mi mente.

Gavin entró en la cocina para beber un poco de agua, y al verme con la libreta en las manos me preguntó:

—¿Qué le han enviado?

—Las aventuras de la princesa Armonía. Es una historia que escribimos mis hermanos y yo cuando éramos pequeños.

—¿Escribían historias?

No supe si sentirme ofendida al ver su expresión de incredulidad.

—Sí, ésta.

—Qué pasada. Es genial, señorita Lawrence —parecía impresionado.

Dentro y Fuera de la CamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora