Capítulo 15

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No emergí de la crisálida de mi pasado y me convertí de buenas a primeras en una mariposa desinhibida y emocionalmente sana, nada es tan fácil. A veces, la pena es un consuelo que nos permitimos a nosotros mismos porque resulta menos aterrador que intentar alcanzar la felicidad. Nadie quiere admitirlo, todos decimos que nos gustaría ser felices, pero en ese caso, ¿por qué solemos aferramos al dolor? ¿Por qué decidimos recordar una y otra vez las ofensas y las angustias del pasado? A lo mejor es porque la felicidad no dura, y la pena sí.

A raíz de la traumática confrontación con la madre de Gavin, había decidido no volver a meter las narices en los asuntos ajenos. En vez de empezar otro proyecto de pintura, me dediqué a aprender a cocinar con la señora Pease, que fue recibiendo las esporádicas visitas de su hijo, y me esforcé de verdad con Josh.

Como hasta el momento sólo había aprendido a preparar galletas sencillas, Josh me invitó a cenar a su casa. Me presenté con una buena botella de vino, y cuando me miró sonriente al abrir la puerta, le devolví el gesto. Permanecimos vacilantes por un instante, hasta que tomó la iniciativa y me dio un abrazo lo bastante breve como para parecer informal, pero que a la vez estaba lleno de significado.

Cuando estaba con él sentía unos nervios diferentes, más anticipatorios que de ansiedad. Me daba igual. Lo seguí hasta la cocina, y abrimos la botella de vino mientras charlábamos.

—Pasta al estilo Josh —estaba junto a los fogones, y el vaho de la olla le bañaba el rostro. Se volvió a mirarme sonriente, y añadió: —Es mi propia receta especial.

—Sí, claro —le dije, mientras lanzaba una mirada elocuente hacia el bote de salsa especial para espaguetis que había encima de la encimera.

—¿Dudas de mí?

Alcé las manos, y me senté a la mesa antes de decir:

—Qué va, me conformo con cualquier cosa que no haya cocinado yo.

Se echó a reír, y después de escurrir la pasta, la sirvió en los platos y la cubrió con la salsa. Después de añadir una pizca de perejil, me dio mi plato y se sentó en su sitio con el suyo.

—¿Quieres queso?

—Qué rallador tan chulo —le dije, al verle usar uno de ésos tan pequeños que suelen usarse en los restaurantes.

—Es de los del Chef Refinado.

—¿Sueles comprar sus productos?

—Sí, es una marca muy buena —dejó a un lado el rallador, y volvió a llenar los vasos de vino.

—Como no cocino, no suelo comprar cosas así. Mí gen de las tareas domésticas debe de ser defectuoso.

—¡En serio?

—En serio —le dije, sonriente.

Me pasó el cestito con el pan de ajo, y me dijo:

—Vaya, y yo que creía que por fin había encontrado a una mujer dispuesta a limpiar y a cocinar para mí.

—Sí, claro.

Enrolló un poco de pasta en el tenedor, sopló para enfriarla, se la metió en la boca, y suspiró con satisfacción. Lo observé en silencio. Era agradable ver a alguien disfrutando tanto de algo tan sencillo. Eso era algo que me impresionaba de él, estaba tan feliz comiendo en su casa como en la Belle Fleur. Me resultaba fascinante y un poco paradójico que el hombre que me había follado contra una pared fuera el mismo que estaba comiendo extasiado unos espaguetis.

—¿No tienes hambre?

Me había pillado observándolo. Bajé la mirada hacia mi plato, y le dije:

Dentro y Fuera de la CamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora