—¿Has engordado, Shrader?
Como siempre, la voz de mi madre hizo que me pusiera tensa. Había tenido que elegir entre quedar a comer con ella en un lugar neutral, que ella viniera a mi casa, o ir a la suya. Como era una hija responsable, había elegido la primera opción. Las dos sabíamos por qué, pero ninguna sacó el tema.
—Puede que sí, mamá.
—Ningún hombre va a interesarse por una mujer que no se cuida.
Añadí un poco más de mantequilla al panecillo que estaba a punto de comerme, y la miré con una sonrisa de lo más falsa.
—Eso no me preocupa, mamá.
Soltó un resoplido, y bebió un poco de agua, Debería explicar que mi madre no es vieja ni está enferma. Su salud no está deteriorándose, aunque a ella le gustaría que el mundo entero le tuviera lástima. Mi madre es una mujer atractiva de sesenta y pocos años que se conserva bien, y que se gasta más dinero en su visita semanal al salón de belleza que yo en comida. Tuvo un accidente de coche hace más de quince años, y el resultado fue una cicatriz casi invisible en la pierna izquierda y la incapacidad total de conducir, debido a los «nervios».
Nunca hablamos del problema que mi padre tiene con la bebida, pero no es tan necia como para pretender que él la lleve a algún sitio; la verdad, yo preferiría superar mis supuestos nervios antes que permanecer atrapada en casa con un hombre al que no soporto, y tener que depender de que los demás tengan el detalle de acceder a hacer de chóferes... aunque lo cierto es que yo también tengo mis propias rarezas, y quizá me parezca más a mi madre en cuanto a lo del complejo de mártir de lo que me gustaría admitir.
Cuando el camarero llegó para tomarnos nota: mi madre pidió una ensalada, como siempre. Yo pedí una hamburguesa con queso, patatas fritas, y un batido de chocolate.
—¡Jennifer Shrader!
A juzgar por su expresión de horror, cualquiera diría que acababa de pedir un bebé asado aderezado con un cachorrillo. No sé qué era lo que le ofendía más, la comida en sí o el hecho de que hubiera pedido algo tan plebeyo como una hamburguesa en un restaurante tan elegante como Giardino's.
—Mamá —lo dije con calma, porque sabía que así la enfurecería más.
—Lo haces para enfadarme, ¿verdad?
—Tengo hambre, mamá.
—Al menos, el negro estiliza.
Bajé la mirada hacia mi jersey negro y mi falda ajustada del mismo color. Supongo que no hay ni una mujer en el mundo que no se pregunte sí sus muslos podrían ser más delgados o su trasero más plano, pero yo estoy bastante contenta con mi cuerpo.
—Conseguiste adelgazar, pero vas a volver a engordar.
Había engordado a modo de autodefensa, y había adelgazado debido a las circunstancias. No me apetecía volver a pasar por una dieta así.
—Me gusta mi aspecto, mamá. Deja el tema, por favor.
—Ninguna mujer está satisfecha del todo con su aspecto, Shrader. Es nuestra maldición. Estamos condenadas a querer ser más delgadas, a querer tener unos pechos más grandes y unas piernas más largas.
—Soy algo más que unas tetas y un trasero, también tengo un cerebro.
Frunció el ceño al ver que utilizaba un vocabulario tan ordinario, y me dijo:
—Nadie puede ver tu cerebro.
Tal y como le había dicho a Josh, abandonar una tarea inútil y carente de sentido no es rendirse... es ser inteligente. No me molesté en discutir con ella, hacía años que me sermoneaba con aquel tema. Bebí un poco de agua, y me metí un cubito en la boca para contener las ganas de chasquear con la lengua.
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Dentro y Fuera de la Cama
FanfictionAdaptación de la novela de Megan a Hart a una versión Joshifer.