III. Pacto

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Como ven, las cosas iban de maravilla entre los dos. Dyan ayudaba a Blake con su licantropía y Blake le permitía seguir practicando con velas nuevas y viajar a lugares a los que no se atrevía ir solo, para buscar ingredientes.

Todo iba bien, pasaron meses auto-ajustándose a la vida y trabajo nuevos, comiendo juntos, trabajando harto, limpiando la tienda para que se viera bonita, Blake se había acostumbrado al Caldero, sintiéndose como en casa, muy cómodo.

Y Dyan también aprendía y se acostumbraba a compartir su espacio con el hombre lobo.

Eso era parte importante también, el anfitrión igual pasa por cambios y transformaciones, que talvez no se relacionaban con convertirse en un lobo gigante, pero que se merecían comprensión también, ya que los cambios psicológicos son tan importantes como los físicos.

Si Blake en el pasado ocultaba sus inseguridades tras enojos y agresividad, el brujito lo hacía a través de la alegría eterna.

Anteponía la felicidad de los otros por sobre la suya, así que trataba de darle una gran sonrisa a todos, todo el tiempo.

Lo bueno es que, con la compañía del lican, cada vez fingía menos y disfrutaba más.

Porque era muy amigable y gracioso, además de presentársele como una criatura de la que podía aprender mucho en la fabricación de velas y otras habilidades mágicas que tenía dejadas de lado.

Como aquel truco más icónico de todas las brujas.

- Blake, necesito pedirte un favor- le gritó Dyan desde el mesón mientras terminaba de adornar una caja envuelta en kraft y amarrada con cordel de cáñamo.

- Oh, si- gritó de vuelta Blake limpiando el techo de la tienda lleno de hojas secas. De un súper salto aterrizó perfectamente frente a la puerta- dime- le dijo entrando al caldero con una sonrisa ladina.

- La anciana de los pies llamó y dijo si podíamos ir a dejarle a domicilio estas velas- le explicó poniéndole un último detalle de flores violetas en la cajita y entregándosela a Blake.

- ¿No tienes una escoba en la que vueles de aqui para allá a dejar velitas?- le cuestionó con la caja en una mano y el papelito mal cortado con la dirección escrita, en la otra.

A pesar de que aquello sonaba como una escena digna de películas y cuentos, más de una vez vio brujas en escobas por el cielo. ¿Por qué un brujo no podría?

- Hace mucho que no uso una, creo que ya olvidé como hacerlo- se excusó avergonzado, mirando para otro lado.

- Ah, vamos, ¿que no las escobas son como las bicicletas? ¿Una vez aprendes a montarlas, nunca se te olvida...?- le dijo con duda, escudriñándolo con la mirada.

- Eso crees tú, además mi escoba ya se rompió, ¿lo recuerdas?- le contestó haciéndose el pillo recordándole que hace dos semanas Blake había roto el palo de escoba tratando de botar todas las hojas secas del techo. Realizó una fuerza mal ejecutada y el eje se quebró, por eso ahora él andaba encaramado allá arriba.

- Sii... perdón- le suplicó con las manos juntas caminando de espaldas hacia la salida- tengo una en mi depa, si quieres ve a buscarla y yo voy a dejar esto por mientras, ¡deséame suerte!- le dijo saliendo al patio trotando para llegar pronto a la casa de la abuelita.

- ¡No me sirven los escobillones modernos!- le gritó desde el pórtico risueño.

- Qué bueno, porque es una antigua, perfecta para ti- le gritó de vuelta Blake en medio del callejón, llamando la atención de algunos comerciantes, pero ya lo conocían como la mascota del brujo del fondo.

The Fourth One - Naruhi16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora