—A todos los pasajeros se les ruega abrochar sus cinturones para el aterrizaje, —dijo la sedosa voz de la azafata a través de los auriculares que tenía sobre los oídos, haciendo que el audio de la película que se reproducía en la pantalla se detuviera y la imagen quedara congelada. —y se les recuerda que por favor regresen sus asientos a posición vertical. Muchas gracias.
Cerré los ojos y solté un suspiro entrecortado, el corazón latiéndome nervioso dentro del pecho. Durante todo el vuelo mi cabeza había dado vueltas en torno a una sola cosa: ¿Qué sucedería de ahora en adelante?
No podía dejar de imaginar cómo reaccionaría mi madre cuando me viera nuevamente, así de cambiada como estaba. Quizás se llevaría la sorpresa de su vida, o tal vez no me reconociera, o me abrazaría dando gracias al cielo. ¿Y mi padre, o mis dos hermanos mayores? ¿O mi mejor amigo? ¿Cómo se suponía que reaccionarían ellos? Logan y Liam probablemente me mirarían de arriba abajo, sin poder creerse que la persona que había vivido tantos años junto a ellos era en realidad una chica, pero... ¿Y el resto?
No esperaba que, aquello que iba a ser un simple viaje a Florida, cambiara tanto las cosas. Cuando me había despedido de mi familia con un beso fugaz, pues iba tarde al aeropuerto, no creía que fuese un adiós más allá del que no íbamos a vernos durante tres meses. O sea, tenía claro que la familia del hermano de mi padre no era muy convencional, sin mencionar el hecho de que las dos Eyelesbarrow del Sunshine State, mellizas de mi edad, tenían una definición bastante salvaje de diversión.
Sentí como mi estómago se encogía y me subía a la garganta cuando el avión comenzó con la maniobra de aterrizaje, dando sacudidas cuando las ruedas chocaron contra el piso de asfalto. Pegué la cabeza al cristal para intentar ver más allá, hasta que mis ojos se toparon con la fachada blanca del Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma.
Apenas el avión se detuvo y las luces de "abrochar cinturones" se apagaron, salté de mi butaca y bajé, siendo la primera de los pasajeros en pisar la ciudad de Seattle, seguida por un gentío de familias que volvían de mala gana de sus fabulosas vacaciones y de hombres de negocios trajeados que no despegaban su vista del móvil, dando las gracias por volver a tener buena señal.
Caminé rápidamente para buscar mi llamativa maleta negra con diseños florales a la cinta transportadora, desesperada por poder ver a mi familia. Tres meses fuera, con las brutas de Ginn y Eliza como principal fuente de compañía, y con fiestas y porros como principal fuente de diversión, me habían cambiado, pero eso no significaba que no extrañara a mis padres y a mis hermanos.
Me apresuré a salir con el corazón desbocado dentro de mi caja torácica, ahogándome en el mar de gente que esperaba al otro lado de las puertas automáticas. Barrí la enorme sala con la mirada, poniéndome de puntillas para poder observar sobre la multitud buscando alguna cara que me sonara familiar, hasta que divisé a mi madre a unos metros de mí. Sacudí la cabeza cuando sus ojos saltaron de mí presencia y pasó caminando preocupada por mi lado, seguida por mi padre.
— ¿Crees que haya perdido el avión? —preguntó ella. Sentí ganas de zarandearla, abofetearla, gritarle que era yo, pero me limité a quitar los lentes de sol que tapaban la mayor parte de mi rostro, con la esperanza de que al mirarme nuevamente me reconociera.
— ¿Kida? —una voz grave e incrédula me obligó a darme la vuelta. Sonreí emocionada al encontrarme con un par de ojos entrecerrados que me observaban inseguros, escondidos tras una mata de oscuro pelo desordenado, para luego lanzarle los brazos al cuello. — Pero ¿qué diablos...? ¿Quién eres tú y que le has hecho a mi hermana de convento?
—Ginn y Eliza la han ahogado en maquillaje y alcohol. Mis condolencias, Loguie.
Le pegué un suave puñetazo en el hombro, riendo de felicidad. Él volvió a abrazarme, apretando sus bien formados brazos en torno a mi cintura hasta levantarme del suelo, e hizo señas a mis padres para avisarles que me había encontrado. Mi madre llegó corriendo, sus regordetas piernas intentando mantener el equilibrio sobre sus tacones.
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The Bubblegum Bitch
Teen Fiction¡Cuidado! No te metas con la Reina del Chicle. Es una zorra y no dudará en destruirte. No la mires tampoco. Te hará añicos con solo pensarlo. No te cruces en su camino. Tiene una misión que cumplir, y no está dispuesta a fallar. No digas que no...