Catorce.

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Aquella clase de Geometría en particular se me estaba haciendo infernalmente eterna.

Había tomado asiento en uno de los pupitres al fondo del salón, lejos del par de chicas a quienes había considerado mis mejores amigas durante más de cinco años, las cuales estaban sentadas juntas en el otro extremo, charlando por lo bajo para que la profesora no las reprimiera. De vez en cuando no podía evitar dedicarles una mirada de reojo, pensando si algún día podrían perdonarme, pero al percatarme de lo que hacía volvía la vista al frente. No era el momento para andar sufriendo por amistades rotas a las que no estaba dispuesta a pedirles perdón.

Comprendía mi error, sí, pero también encontraba que su forma de reaccionar había sido una completa exageración. Por parte de Leah, al menos.

—Señorita Eyelesbarrow, —llamó la maestra, haciéndome pegar un respingo que hizo reír al resto de la clase. —ya que la noto tan concentrada, respóndame: ¿cuál es la diferencia entre los ángulos complementarios y los suplementarios? No debería costarle tanto, dado que lo acabo de decir. —añadió con sarcasmo.

Me quedé observándola con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano, los ojos abiertos como platos, intentando recordar. No le había escuchado ni una palabra en toda la hora, ¿qué tanto intentaba recordar entonces?

—Maestra Long. —unos golpes en la puerta interrumpieron mi humillación. Calvin había asomado la cabeza al interior y estaba barriendo el salón con la mirada. Al dar conmigo me dedicó una sonrisa cómplice y volvió a dirigirse a la profesora. —El director ha mandado a llamar a Kida, si no le molesta.

Puse una mueca de confusión mientras cogía mi mochila y salía de la sala, los ojos del resto de los alumnos clavados en mi espalda. Mi cabeza repasaba una tras otra las cosas que había hecho a lo largo del día, de la semana, e incluso del mes, intentando adivinar porqué diablos el director querría hablar conmigo. Al cerrar la puerta volteé hacia Calvin, que ya se había echado a caminar por el pasillo esperando a que lo siguiera. La paredes y casilleros estaban decoradas con afiches de brujas y dibujos de esqueletos, anunciando la llegada de Halloween.

—¿Ha sucedido algo? —dado que no podía pensar en nada grave que hubiese hecho yo para que me estuviesen llamando a la oficina del director, claramente algo debía de haber ocurrido. —¿Mis padres...?

—El señor Pine no quiere hablar contigo, sweetie pie. —me tranquilizó, para luego reír de mi aturdimiento. Al pasar frente a la puerta de salida trasera de la escuela, se detuvo. —Tan solo ha sido mi plan para salvarte el pellejo ahí atrás.

—Pues muchas gracias, pero no necesitaba que me salvaras. ¿O acaso llevo un letrero de damisela en apuros pegado en la espalda? —resoplé, dando media vuelta para regresar a clases. Me tomó del brazo para evitarlo.

—De acuerdo, no tenía pensado salvarte, pero el momento fue oportuno. —confesó, rodando los ojos con fingido fastidio al tiempo que me soltaba. —Había ido a buscarte. Nada de damisela en apuros ni caballero de brillante armadura.

—¿Ido a buscarme? —repetí, aún más extrañada. No me dijo nada, una mueca burlona entre los labios, antes de abrir la puerta de cristal y hacerme una señal para que saliera, sosteniéndola para mí. Dudé unos segundos, meditativa. Una cosa era salir de clases, pero otra completamente distinta era escaparse de la escuela. —¿A qué te refieres?

Ya aburrido de esperar a que me dignara a poner un pie fuera del instituto, en lugar de darme una explicación me cogió de la mano para arrastrarme consigo. El viento helado de finales de octubre chocó con mis mejillas, mientras su tironeo me hacía trastabillar al seguirlo hacia el aparcamiento donde su motocicleta esperaba.

The Bubblegum BitchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora