Candy, Albert y George salieron de Londres con rumbo a Birmingham, donde Albert tenía otros asuntos de negocios. Candy se pasaba el tiempo encerrada en el departamento. Aún siendo una chica muy lista, Albert no le daba autorización de salir ni siquiera al parque. Él y George se ocupaban toda la mañana y en ocasiones también las tardes en reuniones de negocios, asambleas y cocteles o elegantes cenas, a éstos últimos Albert llevaba a Candy y la presentaba como su protegida.
Candy tenía un libro de medicina con ilustraciones grabadas, Albert se lo obsequió al ver el interés de la preciosa muchachilla en ése tomo. Habían entrado a una extensa librería de Londres antes de partir de esa ciudad. Candy no entendía mucha de la terminología que se describía en el pesado tomo, pero le quedó claro que ese sería su camino.
Diariamente leía embelesada varias páginas y se imaginaba ayudando y sanando a la gente. Recordaba las ocasiones en el hogar de Pony, cuando los niños enfermaban y la angustia y pocos recursos con los que sus madres trataban de solucionar los padecimientos.
Ella haría algo para ayudar; ya estaba decidida.
También escribía cartas a Anthony, Stear, Archie, Annie, Dorothy y al hogar de Pony.
A veces se aburría mucho, daba marometas en el departamento y se asomaba a la ventana en las tardes, para observar a las personas que caminaban por las calles, le gustaba inventar historias y diálogos entre ellos.
En una tarde que se encontraba sola, un jovencito de unos 15 años la observaba desde el parque que se encontraba al pié del edificio, ya otras veces la había visto un par de horas asomándose.
-¿Siempre estás tan sola?
-¿Yo?
-Sí tú, la bonita y aburrida niña en la ventana...
-No siempre lo estoy...
-¿Por qué no bajas?
-No tengo permiso.
-Es injusto, ¿no crees?
-Sí... es decir, no... yo, quería venir y esto era parte de lo que tendría que hacer, además no es tan malo...
-¡Pero estar libre es mejor!
-No te conozco, no puedo salir con alguien que no conozco...
-Harry Brown... ¡mucho gusto!
-Candice White, mucho gusto también...
-Anda, ya sabes mi nombre, te invito a dar una vuelta en mi bicicleta.
A Candy le parecía muy divertido imaginarse dando vueltas por el parque con esa bicicleta, nunca había subido a una y parecía bastante fácil.
Salió del departamento y llegó hasta donde se encontraba aquél jovencito alto, de cabello castaño, piel blanca, ojos color miel y pecas, muchas pecas, que ansioso y ruborizado ya la esperaba.
-Eres mucho más bonita de cerca, que allá en las alturas.
-Gracias, pero no bajé para que me hagas esos comentarios, quisiera subir a tu bicicleta, ¿podrías prestármela?
-Será un gusto Candice, ya has subido alguna vez a una, supongo...
-Supones mal, es la primera vez que subiré.
-No es fácil la primera vez... puedes caerte y lastimarte o hacerte feos raspones...
-Yo no tengo miedo, sólo dime cómo hacerlo...
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ENSÉÑAME.
Любовные романыLa vida de Candy y Albert, después de superar difíciles pruebas...