August Britter se puso de pié al ver entrar a Elroy y William Andley.
Para Candy fue un momento de mucha emoción, no esperaba ver a la tía Elroy ataviada con un bello y fino vestido y a su amado de elegante traje, se veía espectacularmente guapo. El traje color beige, zapatos cafés, su camisa blanca ligeramente desabotonada como a él le gustaba usar y como a Candy le encantaba contemplar. Su corto cabello rubio y un poco alborotado, su reloj de bolsillo que usaba más como mero adorno que como un constante auxiliar en la medición del tiempo.
Albert era una visión alucinante para la jovencita y todos se dieron cuenta de ello, cuando el papá de Candy los saludó y los invitó a sentarse.
-Bienvenidos, pasen por favor, es un honor y un placer contar con su presencia en éste momento, por favor tomen asiento...
Todos se sentaron excepto Candy, que seguía observando embelesada y sonriente a Albert y como él no se sentaba hasta que ella lo hiciera optó por ir hacia ella y dándole un ligero abrazo la sentó junto a él. Candy se ruborizó al darse cuenta de que su gracioso y despistado gesto había ocasionado sonrisas en los presentes. Albert miró a Candy y con una hermosa sonrisa le guiñó el ojo, comenzó disculpándose por llegar después de ella a la residencia Britter, se excusó diciendo que era ella una chica muy impaciente, aunque con ésto omitió decir la verdad; que Candy nunca avisó que iría a ver a su padre, Albert lo supuso al pensar que su amada quería despedirse.
-Y te vi tan ocupado con los asuntos de casa, que no quise interrumpirte Albert.
-Candy, tú siempre serás más importante para mi, que cualquier asunto.
Annie observaba admirada la escena entre su querida Candy y el monumento de hombre en que se había convertido Albert, aunque sentía cierta envidia por ellos, era más la alegría de verlos tan enamorados. En su corazón deseaba que alguna vez llegara Harry a pedir su mano también...
-Bueno, sin más rodeos señor Britter, usted es padre de la maravillosa mujer que amo. Me ha hecho el favor de acompañarme mi tía para solicitar a usted me conceda el privilegio de ser el esposo de Candy. Como verá tenemos ya varios años de conocerla y puedo asegurarle que en todo éste tiempo una de mis más grandes prioridades ha sido ella convirtiéndose al día de hoy en la principal. Sería un honor para mí que otorgue usted su consentimiento para que podamos unirnos en matrimonio.
-Bien joven William, sería yo un ingrato si me negara a tal petición, sabiendo que usted y su honorable familia han velado por mi hija adoptándola, cuidándola y amándola desde hace años. Han estado presentes para ella más que yo, que vengo a enterarme hasta ahora que es mi niña.
Candy había deseado tanto oír a su padre referirse a ella de esa forma, que en el momento en que lo escuchó llamarle "mi niña", unas lágrimas involuntarias brotaron de sus hermosos ojos.
-Sólo quisiera preguntar a mi hija delante de todos ustedes si es deseo suyo unirse a usted en matrimonio, así que hija; ¿quisieras tú casarte con el joven William Andley?
-Sabes que sí papá, con todo mi corazón.
Albert se puso entonces de pié frente a Candy, sacó un pequeño estuche de su saco, apoyándose en una de sus rodillas se hincó frente a ella.
-Candy, ¿me harías el honor de ser mi amada esposa por toda nuestra vida?
-Sí Albert, con toda mi alma y mi corazón acepto, para toda nuestra vida.