Un ángel era quien venía entrando vestida de novia, caminaba con paso seguro y erguido del brazo de su padre.
Un gaitero entonaba una delicada y emotiva melodía al tiempo que Candy y su padre avanzaban hacia el altar.
El velo no cubría su rostro, sus bellos ojos miraban fijamente a Albert mientras sonreía agradecida con Dios y la vida por el día que estaba viviendo.
Su hermoso vestido blanco y largo confeccionado con finas telas y preciosos detalles en delicado encaje, tenía también fina pedrería que iba a juego con sus zapatillas cuidadosamente forradas. Una diadema de pequeños y auténticos diamantes sostenía un largo velo que cubría su cabello arreglado en una gruesa y bien peinada trenza sobre su espalda.
Sus mejillas estaban sonrosadas por la emoción, sus labios estaban pintados de un hermoso color carmín.
Ya de cerca, Albert notó como también en ella la emoción estaba a punto de desbordarse por sus ojos.
El señor Britter besó la frente de su hija y la entregó a Albert frente al altar.
La ceremonia fue muy emotiva, solemne, se tomaban de la mano y al declararlos marido y mujer Albert besó tiernamente a Candy en los labios y la abrazó durante un momento.
Salieron de la Catedral y de nuevo los fotógrafos y reporteros esperaban para captar a la joven y deslumbrante pareja ya unidos en matrimonio.
En el cielo, las nubes cumulonimbus avisaban que más tarde las lluvias de tormenta harían su aparición.
La fiesta de la boda fue hermosa, elegante, la fastuosidad que se presenció ese día en el hermoso jardín propiedad de los Andley fue tremenda. El jardín había sido preparado todo el año con hermosos rosales, y flores propias de la región, incluso las dulce Candy hacían su presencia y Anthony estaba orgulloso pues había enviado el mismo en alguna ocasión la especie cruzando los dedos para que resistiera el viaje del transporte.
El jardín de los Andley ubicado a las afueras de Cambridge fue preparado para una recepción de día, había un solarium gigantesco de estructura metálica al centro del extenso jardín, el clima fue agradable toda la mañana y parte de la tarde.
Una orquesta amenizaba la celebración y una gran tarima fue colocada para permitir a los invitados bailar al son de los variados valses y melodías. Gran cantidad de mesas fueron colocadas alrededor del solarium.
Albert usó un momento el kilt escocés, y aunque siempre estuvo orgulloso de sus raíces escocesas, el presentarse mostrando las piernas delante de serios e importantes empresarios era algo que lo ponía bastante nervioso y apenado. Lo siguieron en el ritual Anthony, Stear y Archie, cada uno con su gaita.
Candy observaba emocionada cómo el adolescente príncipe de la colina que conoció años atrás era ahora su marido. ¿Quién lo hubiera dicho?
Ahora sus lágrimas eran de alegría por saberse la eterna compañera de ese hombre que llenaba su vida de alegría, de felicidad y encanto.
Albert regresó a su atuendo de traje y bailó con Candy los más bellos valses de la época, parecía de repente una muchachita jugando a ser mayor, jugando al día de su boda, pero la verdad es que las responsabilidades de llevar su hogar junto a su marido, de estudiar a la par una carrera y no tener servidumbre atendiéndola a cada momento la habían ayudado a madurar mucho.
