-Señorita, ¿se encuentra usted bien?
-No como quisiera, pero... no estoy loca si es lo que usted se imagina.
-Jamás me atrevería a faltarle a una dama con una idea así, si pensara que está loca no me habría acercado, ¿sabe? Ya conozco varias y no son grata compañía. Es sólo que... usted me recuerda a alguien, disculpe el atrevimiento. El mundo tendría que ser muy pequeño y yo realmente muy afortunado para que sea usted...
Candy giró despacio su rostro demacrado hacia su interlocutor y reconoció de inmediato al amable joven que buscaba reconocerla.
-Creo que el mundo es en realidad pequeño... Terry.
Dijo Candy inexpresiva mientras dejaba escapar un suspiro y nuevamente las lágrimas comenzaban a brotar.
-Pues entonces vaya que estoy de suerte, mira que encontrarme con una bella amiga del San Pablo...
-Aunque precisamente hoy no soy la mejor compañía Terry.
-Si tú quisieras puedo escuchar, o simplemente permanecer aquí junto a ti.
-No es necesario, mira, supongo que te esperan todos ellos ya que no dejan de mirar hacia acá.
-Candy permíteme hacerte compañía, ahora mismo voy con ellos y les pido que no me esperen.
-Terry... soy una mujer casada, desde hace seis años. No está bien que me acompañes aunque te agradezco tu intención de ayudar.
-Entonces Anthony lo consiguió después de todo ¿eh?
-¿Qué cosa?
-Sí, casarse contigo...
-Anthony... no, él se casó con alguien más y ya tiene una familia.
-Creo que no estás para cuestionamientos por mucho que ahora quisiera saber de ti bella pecosa. Te invito a comer, por favor acéptame, no es una invitación romántica es sólo como amigos.
-Acepto tu invitación porque no he comido nada y tengo hambre y sueño.
Terry se dirigió a varios de sus compañeros de la compañía teatral que recién llegaba de gira a Boston y les explicó que iría con su amiga a comer. Varias de sus compañeras miraban con cierto recelo el interés de Terry por acompañar a su desaliñada amiga.
Sin importarle a él las miradas escrutadoras, fueron a un restaurante de mediana categoría pues en los más refinados siempre rondaba la prensa en busca de alguna celebridad y Terry ya lo era. Candy no era famosa más que por ser la joven y bella esposa del acaudalado magnate empresarial William Andley.
-Es verdad, ¡qué tonto! alguna vez te vi en una nota periodística por tu boda con un ricachón... espero no estarme metiendo en problemas por estar aquí contigo pecosa.
-No, no tienes de qué preocuparte... a éstas alturas mi matrimonio está tambaleándose, tal vez cayendo ya por un profundo precipicio, así me siento.
-¿Quieres hablar de eso Candy?
-No en realidad, mejor cuéntame ¿cómo es que trabajas ahora con la famosa compañía teatral Stratford?
Candy y Terry platicaban como los grandes amigos que habían comenzado a ser en Londres, ella ponía atención a la mitad de la plática mientras la otra mitad la hacía recordar a veces con la mirada fija y perdida los eventos de esa mañana.
