Capítulo 5: Faroles y Caras de Poker

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El Lord del Oeste atravesó los pasillos como una exhalación, seguido por la camarilla de criados del prostíbulo. Había escuchado tanto sobre Yamaguchi Kanaru que en su interior había despertado una sensación que podría estar cercana a la curiosidad.

Humano brillante, decían los nobles, un comerciante avispado y fiable, decían sus clientes; un amo bondadoso y equitativo, aseguraban sus putas. En 2 años había acumulado una fortuna similar a la de un damyō de los importantes, y el control que ejercía en Kyōto era tan implacable como bien organizado. Un hombre así tendría información, necesitaría de la información para poder mantenerse en su escalafón. Si alguien en esta apestosa ciudad pudiera saber algo sobre Rin, serían sus putas, informantes, espías, o subordinados. Y por supuesto, él en persona. Sesshōmaru odiaba las ciudades y no deseaba pasar más tiempo del necesario en una de ellas, así que decidió ir al grano y darse una vuelta por el barrio rojo.

Nada más atravesar el umbral de linternas rojas, el daiyōkai se dio cuenta de que éste era el sitio adecuado. No le costó nada dar con la Casa de los Suspiros, y ya desde la manzana anterior a su portón, sintió una familiar presencia en el ambiente. No era un olor en particular ni tampoco un aura conocido, sino más bien como un recuerdo, una sensación extraña de deja-vu. En el vestíbulo del prostíbulo pudo observar una especie de retrato del patrón del año en Kyoto. Bajito, gordo y calvo, además de bastante anodino, el daiyōkai no podía comprender cómo pudiera ser tan influyente. Ni siquiera su mirada parecía demasiado despierta. O igual era el retrato de alguien más...

Sesshōmaru se anunció, acompañando su nombre de título y rango, con lo que inmediatamente logró captar la atención de los sirvientes. Pero el amo y señor no se dignaba a aparecer todavía y los nervios del daiyōkai se tensaban progresivamente.

Le fue ofrecido sake y aperitivos, mientras una horda de neuróticos criados bailaban por todo el edificio, buscando y rebuscando, sin resultado.

Sesshōmaru, con su fantástico oído de yōkai, no era ajeno a los gritos y gemidos que le llegaban de la primera planta, pero más le llamó la atención cuando cesaron abruptamente. Por suerte la vieja ama de llaves finalmente se dirigió a él con buenas noticias.

—El señor Yamaguchi le recibirá ahora, Sesshōmaru Dono. Tenga la bondad de seguirme.

El daiyōkai se levantó enérgico. Menos mal, su paciencia estaba a punto de agotarse.

Cuando su imponente silueta finalmente cruzó el pasillo de la zona de privados, fue recibido por un ambiente de penumbra. La peste a colonias empalagosas y sexo en esta planta era tan intensa que le daba ganas de vomitar, así que acelero el paso, obligando a su vieja guía a acelerarlo también.

Sesshōmaru atravesó la puerta corredera y sus pupilas se ensancharon, tardando algunos segundos en acostumbrarse a la semioscuridad reinante. El olor a sexo en este cuarto en particular era axfisiante, y la alta temperatura y humedad del ambiente empañaron la hoja de su espada. Al fondo y apoyado en la pared había un hombre joven y musculoso, de piel oscura y mirada penetrante. Estaba cubierto solo por un yukata y fumaba opio de un kiseru de larga boquilla.

Sí Yamaguchi estaba en esta habitación desde luego se estaba ocultando muy bien. Y nadie podía ocultarse de este Sesshōmaru.

—¿¡Qué clase de broma es esta!? ¿Pretendéis tomar el pelo a este Sesshomaru? —increpó el Lord del Oeste a la vieja ama de llaves. Pero la vieja criada había aprovechado el desconcierto inicial del yōkai para abandonar el cuarto y cerrar la puerta tras ella.

—No debéis molestaros con mi vieja sirviente, Sesshōmaru Dono. Aquí estoy —dijo el joven con una pícara sonrisa—. Yo soy Yamaguchi Kanaru y este es mi aspecto real. No veo necesario presentarme con mi forma humana ante un yōkai tan perspicaz como usted. Tome asiento por favor.

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