Capítulo 2: Ilusiones y Artificios

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«No lo olvides Inuyasha. Ésto puede parecer una lucha entre la luz y la oscuridad. Pero soy yo el que controla este lugar.»

El joven tengu* temblaba intranquilo mientras seguía a la vieja criada hasta el jardín. ¿Como sería su futuro amo? Se había informado un poco sobre él antes de venir a "La Casa de los Suspiros" a buscar empleo y todos coincidían en que, o era alguna clase de genio de las finanzas, o un brujo. El dueño de la mayor parte de los prostíbulos del Barrio Rojo había conseguido hacerse con el control del comercio en Kyoto con rapidez y facilidad. . Yamaguchi* Kanaru era un don nadie, sin familia y sin amigos importantes y aun así era un hecho que era el más próspero mercader de la capital, en tan solo dos años y sin tener un apellido que lo respaldara.

—Yamaguchi Sama, este joven ha venido a buscar empleo.

El mercader estaba sentado junto al estanque, observando su reflejo en el agua. No era muy impresionante, de mediana edad y algo regordete y calvo. Pero tal como había supuesto el tengu, era un yōkai. El muchacho podía percibir su energía demoníaca, aunque con cierta dificultad ya que la estaba conteniendo. Pero a pesar de su esfuerzo no conseguía adivinar su especie. No presentaba ningún rasgo demoníaco y si no fuera por el yoki, pasaría por humano sin problemas.

—Gracias, Tomoe San. Hablaré con él. Puede retirarse.

Yamaguchi Kanaru le sonrió y dio una palmadita al banco de madera donde se encontraba, para que el tengu se sentara a su lado.

—¿Cuál es tu nombre?

El tengu se inclinó con humildad.

—Rokurōta. señor.

—¿De Takeda?

—No, de Fukui, de la región boscosa de Mino.

—¿Años?

—Dieciséis.

—¿Ya pasaste la academia entonces?

—Si, hace como tres meses.

—¿Y por que te marchaste? ¿Ha habido disputas en las aldeas tengu de Fukui también?

—Sí Señor. Los clanes humanos nos están presionando constantemente para tomar partido y como entre nosotros tampoco hay mucho acuerdo sobre a quiénes apoyar, pues acabamos por discutir y ... — La voz del muchacho se quebró. — La aldea... se quedó desierta. Cada uno nos fuimos por nuestra cuenta. Yo lo que no quiero es ir a ... a luchar y a librar las estúpidas guerras de otros. Y de haberme quedado, tarde o temprano acabas por tomar partido.

Yamaguchi Kanaru suspiró. ¡Malditos humanos! ¿Nunca se cansaban? Y los yōkai tampoco es que fueran muy sociables de entrada; era fácil que incluso acabaran enfrentados unos con los otros por culpa de las guerras de clanes. Quitando las especies con tendencia a formar manada, como los ōkami, casi todos los yōkai solían ir a su aire por la vida, sin formar muchos lazos familiares o de amistad. Era una pena que lo poco que tenían se acabara perdiendo con el tiempo.

— Bueno, Rokurōta Kun. Lo cierto es que no me importaría darte un empleo, pero con 16 años eres todavía un poco joven y no sé qué habilidades tienes. Me imagino que te habrás informado de a qué clase de negocios me dedico, ¿has pensado sobre el tipo de trabajo que deseas realizar?

— Yo... Yo no sé ... Tal vez en el puerto, descargando cajas o de mensajero...

— ¿Has visto a algún yōkai trabajando allí o corriendo por la calles?

— No.

— ¿Y sabes por qué? A los humanos no les gustamos demasiado y muchos nos tienen miedo. Las ciudades son su territorio y el nuestro son los bosques y las montañas. Es por eso que procuro que piensen que soy humano, si quiero vivir aquí y hacer mis negocios es mucho más cómodo de esta manera. Pero tu aspecto es muy difícil de disimular, se darían cuenta enseguida y montarían una escenita.

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