Capítulo 6: La madre de todos los chantajes

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A pesar de su precaria situación, Naraku se las apañó para sonreír levemente.

— ¿Cómo lo supiste?

— En ningún momento te dije su nombre. Y a en cuanto quién eres... Reconozco que me costó un poco. Pero disimulas muy mal. ¿Así que este es tu nuevo aspecto?

Naraku lanzó una mirada hacia el muchacho sollozante de la esquina. Sangraba profusamente y debía de estar realmente agotado tras toda la tralla que había recibido, ya que se desmayó pocos segundos después.

— No realmente...

Una suave luz amoratada rodeo su cuerpo transformando sus rasgos en unos que Sesshōmaru recordaba muy bien. Su garra se apretó con fuerza alrededor del blanco cuello.

— ¿Por qué sigues vivo?

La sonrisa de Naraku se ensombreció

— Me pregunto lo mismo. Supongo que tengo aún cuentas pendientes con alguien.

La mirada de Sesshōmaru se volvió más helada si cabe.

— ¿Dónde está Rin? — Volvió a preguntar amenazadoramente.

Naraku agarró su mano, tratando de liberar su cuello de la presión que estaba empezando a ahogarlo.

— Estará muerta en breve si no me sueltas inmediatamente... — masculló. La garra liberó parte de su presión.

— ¡¿Dónde está?!

Naraku tosió suavemente antes de responder.

— Lejos... Pero puedes hablar con ella si lo deseas. Siempre y cuando me permitas levantarme.

Sesshōmaru se le quedó mirando por unos momentos, como calibrando qué hacer a continuación, para finalmente apartarse y permitirle incorporarse.

Naraku se levantó y se sacudió la ropa, todavía ligeramente mareado por el opio. Después levantó el jutsu que le mostraba a ojos del mundo con el aspecto del viejo mercader.

Sesshōmaru se frotó los ojos, ligeramente sorprendido por la ilusión óptica.

— Sígame si gusta, Sesshōmaru Dono — dijo Yamaguchi Kanaru, abriendo la puerta del reservado.

Con un ligero gruñido, el daiyōkai lo siguió por los oscuros pasillos del prostíbulo. A su paso, los criados se apartaban respetuosamente. Salieron del edificio principal y se adentraron en el hermoso jardín interior hasta llegar al pequeño edificio de piedra en el fondo. En el centro se levantaba una pesada puerta de madera de doble hoja protegida por una barrera de yōki. Naraku la levando a su paso y descendieron juntos por la escalera de piedra, hasta llegar a la estancia subterránea donde se encontraba el espejo gemelo de Kanna. Allí el mercader volvió a transformarse y con una burlona inclinación, señaló Sesshōmaru el montón de cojines de la esquina.

— Tome asiento, por favor. Está en su casa. ¿Desea tomar algo?

La ceja del daiyōkai se elevó con hastío.

— ¡Deja de burlarte de este Sesshōmaru, estúpida araña! ¡Si sigues por ese camino, te mataré!

— Pero entonces jamás volverás a encontrar a Rin...

— ¿Dónde está? Dijiste que podría hablar con ella.

— Y podrás. No te preocupes. Pero primero debemos llegar a un acuerdo.

— ¿Qué clase de acuerdo?

— Deberás comportarte durante vuestra charla. ¿No querrás asustar a tu pequeña con preocupaciones innecesarias? Ella ni siquiera es consciente de estar retenida contra su voluntad. Pensé que lo mejor es mantenerla ignorante y feliz, además de protegida.

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