Capítulo 13: Juego de Tronos

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Tras retornar a Kyōto tras la boda, la monótona vida del Daiyōkai siguió su curso. Poco a poco, Sesshōmaru se fue recuperando del golpe y tuvo que aprender a convivir con la idea de que su cautiverio se prolongaría mucho más allá de sus previsiones más pesimistas.

Pero los cambios en su régimen de encierro hacían el día a día del Lord algo más llevadero. Para empezar, Naraku decidió poner fin a su cautiverio bajo tierra y adquirió el edificio adyacente a la Casa de los Suspiros con la intención de remodelarlo y convertirlo en una vivienda adecuada y mucho más cómoda para ambos. Sesshōmaru permanecería encerrado en esa casa pero podría pasear por su jardín, sentir la luz del sol sobre la piel y escuchar el cantar de los pájaros. Al no tener ganas ni motivos para escapar, ni contar con aliados a los que pedir ayuda, ya no se hacía necesario seguir ocultándolo del mundo. Recuperó su estatus de joya de la corona del burdel de Yamaguchi Kanaru, afianzando la posición de su Amo frente a la nobleza y adornando con su presencia las reuniones de más alto copete. Cierto era que el rechoncho mercader estaba tan encaprichado con su esclavo que no se lo cedía a nadie, por muy altas cifras que se le ofrecieran, pero todos podían disfrutar de su belleza cuando acompañaba a su amo al teatro, al puerto, a los festivales o a las reuniones con los diferentes clanes que buscaban aliarse con el Yamaguchi Gumi.

 Cierto era que el rechoncho mercader estaba tan encaprichado con su esclavo que no se lo cedía a nadie, por muy altas cifras que se le ofrecieran, pero todos podían disfrutar de su belleza cuando acompañaba a su amo al teatro, al puerto, a los fe...

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Sesshomaru By 'O'ne

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Todos estos cambios, junto al retorno de las interminables partidas de shōgi, los debates sobre estrategias y los viajes de negocios ocasionales a diferentes regiones del país, hacían el cautiverio mucho más llevadero para Sesshōmaru. Por supuesto que había momentos en los que solo deseaba olvidarse de todo pero para esas ocasiones contaba con la herramienta perfecta para conseguirlo. La botella del líquido dulzón siempre estaba a mano y aunque no tuviera la potencia de antaño borraba, al menos, los escrúpulos que le generaba el desear acostarse con su peor enemigo.

El sexo con la Araña nunca era monótono o mediocre. Ambos conocían ya tan bien el cuerpo del otro que el abanico de posibilidades que les ofrecía la experiencia era gigantesco. A veces Sesshōmaru se preguntaba cómo era posible que nunca se cansara de esto. ¿Sería por la enorme capacidad de inventiva de Naraku? ¿Su habilidad? ¿Su físico? Más de una vez se sorprendía formulando estas preguntas. Pero la simple idea de contestarlas le provocaba náuseas.

«Ni hablar... Solo puede existir un motivo y es éste» pensaba mientras daba largos tragos a la botella de afrodisíaco. «Si dejara de tomarlo, seguro que follar con él sería igual que todos los demás polvos de mierda de mi vida»

Ya sabemos que en realidad ese líquido no era más que un placebo, pero también era la excusa perfecta para Sesshōmaru, la mejor explicación y la única que podía aceptar. Todas las demás eran demasiado tortuosas y estaba harto de torturarse a si mismo.

Ya no lo perseguían pensamientos sobre su dignidad perdida, ni buscaba constantemente oportunidades para revertir la situación. La situación no era reversible a estas alturas y lo único que podía hacer era esperar. Iba a ser mucho tiempo pero para un yōkai, cuya longevidad es prácticamente ilimitada, los cincuenta años de vida de una humana no representaban un gran desafío. Además, la venganza es un plato que sabe mejor si se sirve frío.

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