El tiempo avanza. Por mucho que deseáramos detenerlo cuando somos felices, por mucho que quisiéramos que corriese cuando estamos sufriendo, el tiempo tiene su propio ritmo y parámetros, capaces de engañar a nuestros sentidos.
En realidad no podemos asegurar que vaya lento o rápido. De lo único de lo que podemos estar realmente seguros es de que nunca se detiene.
El tiempo es un sádico implacable y siempre avanza.
Llevaba ya meses avanzando, aunque desde dentro del subterráneo no se percibiera. Las hojas de los árboles se teñían de rojos y amarillos; caían para ser sepultadas por la nieve; que a su vez, era derretida por el sol primaveral y se filtraba en la tierra para alimentar y germinar las semillas que más tarde se convertirían en flores.
La vida del Lord del Oeste había sufrido muy pocos cambios a lo largo de todo este tiempo. Pero había cambios... tan pequeños y triviales que apenas eran perceptibles.
El primero llegó con la paulatina calma de esa hambre voraz que lo azotaba desde que había descubierto todo el placer que su cuerpo era capaz de procesar. Sesshōmaru seguía teniendo el deseo de olvidar, seguía reclamando su dosis diaria de drogas y orgasmos... Y la obtenía... Naraku pasaba cada noche a su lado y se ocupaba de fabricar para él toda la cantidad de afrodisíaco que pudiera reclamar. Cumplía, con presteza y sumisión, cualquiera de sus peticiones sexuales. Y constantemente trataba de encontrar nuevas maneras de entretenerlo o, cuanto menos, acompañarlo en sus monótonas jornadas.
Durante sus intercambios sexuales, Sesshōmaru a veces se descubría a si mismo siendo capaz de observar, con creciente nitidez, el rostro de su compañero de cama. Poco a poco se fue acostumbrando a sus expresiones de éxtasis y nació en su interior un bizarro orgullo de ser él mismo el causante. Le gustaba dominar y, aún siendo él el prisionero, sentía que entre las sábanas el cuerpo de su captor le pertenecía, ya que era capaz de hacerlo estremecer de maneras que Naraku le aseguraba que nadie más había logrado.
El afrodisíaco que le era proporcionado todavía lograba nublar su percepción, pero de una manera que, progresivamente, iba disminuyendo en intensidad, permitiendo al día siguiente que los recuerdos se perfilaran mucho más nítidamente en su mente. Aunque no lo reconoció de inmediato ni a si mismo, ni a la Araña, la suspicacia en su interior fue creciendo hasta el punto de comenzar a hacerse preguntas relativas al motivo de esa pérdida de potencia del tóxico. Naraku achacó el fenómeno al aumento de la tolerancia que sufre el organismo cuando se consume una droga de una forma continuada. Según él, como consecuencia, se desarrollaba un proceso psicológico y físico que hacía necesario aumentar la dosis de forma progresiva para conseguir los mismos efectos. Pero por mucho que Sesshōmaru aumentara la dosis, los efectos seguían disminuyendo y en determinado momento dejó de preguntar. Eso se debía principalmente a lo mucho que le avergonzaba el hecho de reconocer que, a pesar de esos episodios de conciencia, seguía disfrutando culposamente de los intercambios sexuales con la Araña. El placer seguía allí, noche tras noche, y resultaba perturbadoramente estremecedor, más incluso teniendo en cuenta que el Daiyōkai era capaz de recordarlo al día siguiente.
Seguramente vosotros os estaréis haciendo las mismas preguntas que Sesshōmaru. ¿Era realmente debido a la tolerancia, la disminución de los efectos de la droga?
Pues en parte sí, pero había un segundo factor. Al preparar la cantidad necesaria de afrodisíaco que precisaba Naraku para contentar a su prisionero, semana a semana iba disminuyendo la cantidad de componentes activos de la mezcla poquito a poco.
Es como cuando diluyes el sake con agua: al principio seguiría embriagándote, pero al disminuir el porcentaje de alcohol, disminuiría a la par su potencia. Naraku no era idiota, no deseaba que Sesshōmaru fuera capaz de notar de inmediato los cambios. Su estrategia era tan sutil que solamente al cabo de tres meses había reducido el componente activo a la mitad. El afrodisíaco siempre fue un líquido transparente y dulzón, no tenía un sabor específico o un olor en concreto. La Araña lo diseñó así para que pudiera pasar desapercibido al ser administrado mezclado con otras bebidas, sin variar en demasía su sabor. Era difícil diferenciarlo de un simple vaso de agua con azúcar, salvo por sus efectos. De hecho esa era la intención de Naraku y al cabo de seis meses, la dosis semanal de afrodisíaco acabó consistiendo precisamente en eso: agua con azúcar.
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Telaraña
FanfictionHay encuentros que engendran relaciones aberrantes. Relaciones inexplicables, retorcidas, tóxicas y disfuncionales, al mismo tiempo que ineludibles e irresistibles. Dicen que del amor al odio hay un paso, pero en éstas ese paso no es necesario. Des...